2024-10-20 09:00:00
La guerra en El Líbano que libran desde hace años Israel e Hizbulá y que se ha agravado desde el pasado 1 de octubre con una nueva invasión del sur del país por el Ejército hebreo ha puesto en la diana a la misión de los cascos azules de la FINUL (Fuerza Interina de las Naciones Unidas en Líbano), que han sido objeto de reiterados ataques en los últimos días y cuya retirada exige el primer ministro, Binyamin Netanyahu. Una exigencia a la que el portavoz de la fuerza, Andrea Tenenti, responde con que la presencia de las fuerzas de la ONU “es más crucial que nunca” pero que no esconde el dilema a la que se enfrenta la misión, que no es de interposición, sino de observación: hostigada, sin capacidad de combate y con sus capacidades de trabajo mermadas por las hostilidades. Un dilema que irrumpe además en medio del largo debate sobre si las fuerzas de mantenimiento de paz de la ONU, con más de 75 años a sus espaldas –fueron creadas en 1948 precisamente en Oriente Próximo para supervisar la tregua después de la primera guerra entre árabes e israelís– y más de 70 misiones en distintas partes del planeta en este tiempo, merecen una reforma en un mundo cambiante en que los conflictos pueden surgir de crisis relacionadas en el cambio climático o con el uso de la tecnología, entre otros.
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La misión de la FINUL (Fuerza Interina de Naciones Unidas para el Líbano) es una las 12 que actualmente tiene Naciones Unidas en el mundo. Desplegada en el país en 1978 y actualmente con 10.541 soldados de 50 países, no es ni la más duradera- sigue en pie en Jerusalén la ONUVT creada en mayo de 1948, que fue la primera- ni la más numerosa (en la República Centroafricana hay desplegados 22.523 cascos azules) pero sí la que se ha cobrado más vidas: 334 desde su creación. España es uno de los países que más efectivos aporta a la FINUL: 680 y, de hecho, el actual jefe de misión y comandante es español: el general Aroldo Lázaro Sáenz. El sector Este de la frontera está también bajo mando español, el general Guillermo García Navarro, de la Brigada Aragón (convertida sobre el terreno en BRILIB) y con cuartel general en la base Miguel de Cervantes de Marjayún.
La primera invasión
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La fuerza se creó en 1978, mediante las resoluciones 425 y 426 del Consejo de Seguridad, en plena guerra civil libanesa y tras la primera invasión israelí, para confirmar la retirada de las fuerzas hebreas, restaurar la seguridad y ayudar al Gobierno libanés a restablecer su autoridad. Pero su naturaleza ha ido cambiando con el paso de los años. Seguía allí en 1982, cuando se produjo la siguiente ocupación del sur del país a gran escala y que duraría hasta 2000 cuando Hizbulá logró expulsar a los israelís.
La ONU estableció entonces la llamada Línea Azul, que sirve de frontera y que vigila la FINUL. En el 2006, con el estallido de la nueva guerra entre Israel e Hizbulá, la misión se reforzó con la resolución 1701, por la que se encargaba a los cascos azules supervisar el cese de las hostilidades, acompañar al Ejército libanés en el sur, facilitar el acceso a la ayuda humanitaria y el retorno de las personas desplazadas. Fue entonces cuando llegaron los cascos azules españoles.
Operando en un área de 1.050 kilómetros cuadrados, la que limita el río Litani y la Línea Azul y con su cuartel general en la ciudad de Naqura, repartidos en medio centenar de posiciones, los cascos azules de la ONU han dado cuenta desde 2006 de las violaciones de alto el fuego, han estado mediando entre las partes y transmitiendo mensajes entre los ejércitos israelí y libanés, con cuyos representantes se reunían para reducir tensiones, además de informar al Consejo de Seguridad de la situación en la zona. No hay misión militar con un componente diplomático tan acusado como la de los cascos azules, como recuerda un teniente coronel miembro de una de las últimas rotaciones españolas -ya van 45- en el sector este de la Línea Azul. “Si nuestros vehículos son blancos, convirtiéndonos en un blanco fácil, es porque nuestra mejor protección no es el camuflaje, sino la autoridad que se debe desprender de una exquisita neutralidad”, explica.
Lanzamiento de cohetes
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El ataque del 7 de octubre del año pasado de Hamás en Israel que desencadenó la invasión de Gaza calentó de forma drástica el clima bélico en el sur del Líbano, con los repetidos lanzamientos de cohetes por parte de Hizbulá durante los últimos 12 meses, de los que los cascos azules tomaban nota. Pero el pasado 1 de octubre, la nueva invasión terrestre del Líbano ha situado a las fuerzas de la FINUL en pleno campo de batalla, forzándoles a cancelar patrullas, reducir al mínimo al personal en los puestos de Observación a lo largo de la Línea Azul y evacuar más al norte al personal civil de la misión.
Los cascos azules están siendo el objetivo en los últimos días de lo que denuncian como “deliberados” y repetidos ataques por parte del Ejército israelí, que ya han causado una veintena de heridos. El último, el miércoles de esta semana, cuando un carro de combate israelí abrió fuego contra una de sus torres de vigilancia. Solo unos días antes, el domingo, se produjo el incidente más grave hasta el momento, cuando dos tanques israelís irrumpieron por la fuerza en la base de Ramya destruyendo su puerta principal y pidiendo apagar las luces. Permanecieron allí 45 minutos. También ha habido disparos contra el cuartel general en Naqura, entre otras acciones hostiles.
“Esto no es solo una violación de la resolución 1701, también una grave violación del derecho internacional humanitario. Las partes tienen la obligación de proteger a las fuerzas de mantenimiento de la paz y garantizar la seguridad de nuestras tropas”, ha dicho el portavoz de la ONU defendiendo que la presencia de los cascos azules en el sur del Líbano “es más crucial que nunca” “para poder ayudar y prestar asistencia a las personas que están atrapadas en los pueblos del sur del Líbano y que necesitan agua y alimentos” y para poder seguir teniendo información de primera mano de lo que allí ocurre.
El mismo rechazo ha merecido la petición de retirada de los cascos azules formulada por el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, tras acusarlos de ser rehenes de Hizbulá. “Debemos seguir enarbolando la bandera de la ONU. Este es nuestro mandato”, ha dicho Tenenti mientras el jefe de la política exterior europea, Josep Borrell, ha dejado claro que solo el Consejo de Seguridad puede tomar una decisión sobre el futuro de la misión. Abandonar, además de ceder a las pretensiones israelís, supondría perder unas posiciones sobre el terreno que quizá en un futuro sean irrecuperables.
Tres variables
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Fuentes militares españolas hablan de tres variables que manejar a la hora de pensar en el futuro de la FINUL y, con ella, la presencia de soldados españoles: la primera es el relevo del actual contingente de la llamada BRILIB, nutrido hoy por la Brigada Aragón; la segunda, la retirada de la misión de la ONU por decisión del Consejo de Seguridad o desacuerdo de sus participantes; y la tercera una evacuación ante un empeoramiento inédito de la situación en la zona de operaciones. Sobre el tercer escenario asegura desde su despacho en Madrid un general del Ejército de Tierra no ajeno a la planificación de la Diplomacia de Defensa: “Ninguna rotación de fuerzas españolas se ha desplegado en el sector Este sin contar con un plan de salida. Por supuesto que ese plan existe”.
Pero la eventualidad de que los cascos azules españoles tuvieran que replegarse en malas condiciones hacia un aeropuerto o la costa -sería con la cobertura de un portaviones- se tiene, incluso hoy, por totalmente improbable, según el mismo alto oficial. En cuanto al primer escenario, el relevo de la Brigada Aragón por la Brigada Córdoba está programado para noviembre “y a día de hoy no hay orden en contra”, aseguran fuentes de Defensa, si bien admiten que “hoy, en la actual situación, no se podría hacer”.
Ese momento, en el que también otros contingentes deben ser relevados, podría ser clave para tomar una decisión sobre la continuidad de la misión y bajo qué condiciones. Amparadas en la textualidad de la resolución 1701 que autoriza a la FINUL a que “tome todas las medidas necesarias y que estime que están dentro de sus capacidades en las zonas de despliegue de sus fuerzas, para asegurarse de que su zona de operaciones no será utilizada para llevar a cabo actividades hostiles de ningún tipo, a que resista los intentos de impedirle por medios coercitivos cumplir las funciones que le incumben de conformidad con el mandato del Consejo de Seguridad”, algunas voces defienden la necesidad del uso de la fuerza, a lo que los militares españoles consultados se oponen. “Es como apagar el fuego con gasolina”, sostienen.
Ni personal ni medios
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En opinión de un alto oficial español que ya estuvo en El Líbano, a un contingente de cascos azules en ese teatro estratégico no se le puede encargar nada menos que detener una ofensiva de uno de los países más y mejor armados del mundo. “Habría que multiplicar el personal y los medios, y una vez hecho eso, o incluso antes, Estados Unidos jamás lo permitiría”. “A menudo el público pide de los cascos azules lo que los cascos azules, por el mandato que les hace la ONU, no les puede dar”, explica un coronel del Ejército de Tierra con experiencia entre varias misiones. Siendo soldados en sus respectivos países, los cascos azules de las operaciones de mantenimiento de la paz no participan en combates y solo pueden usar la fuerza si es necesaria para la autodefensa o salvar vidas civiles en riesgo inminente, y si la fuerza local no pudiera hacerlo.
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Unas limitaciones que atan de manos a la FINUL en El Líbano y que traen a la memoria algunos de los capítulos más nefastos de la historia de los cascos azules: el genocidio de Ruanda de 1994 y el de Srebrenica de 1995. En el país africano, las matanzas de tutsis se perpetraron ante la pasividad de los 2500 cascos azules allí desplegados, que acabaron por abandonar el país cuando ya estaba en marcha el exterminio. En Srebrenica, un enclave de mayoría musulmana en el este de Bosnia declarado zona segura por la ONU, el batallón de 400 cascos azules holandeses desplegados para vigilar el alto el fuego no contó con medios evitar su caída ni frenar la matanza de 8.000 hombres y niños musulmanes a manos de los serbobosnios. Dos vergüenzas que persiguen la memoria de los cascos azules que ahora son asediados en el avispero libanés.
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