2024-11-18 12:55:00
Es uno de los más grandes topicazos en cada entrevista: preguntarle a un músico foráneo cómo se siente cuando su gira recala en España y decirte que su público apenas admite comparación con ningún otro del resto del planeta. Que nunca vio nada igual. Comentarte que el apasionado carácter de la gente, su espléndida climatología y las excelencias de su gastronomía son inigualables. Quizá todo ello forme parte de ese código no escrito que invita al entrevistado a darle jabón al público del país que va a visitar, en la creencia –aquí no tan desencaminada: por algo seguimos a la cola de Europa en cuanto a nivel de inglés– de que no leerá muchas entrevistas en medios que no sean de su país. Pero las alusiones a la paela (pronúnciese así, con una “l”) y a nuestros socorridos “oéoéoéoé” (cántese como si estuviera en la grada de un estadio de fútbol: me lo decía un asombrado Nile Rodgers en este mismo diario, quien lo entendía con un giro torero, “oléoléolé”) son constantes, y siguen siendo algunas de las pruebas que aportan para explicar la implicación emocional de nuestro público en su música.
Es una relación que viene de largo: “Los catalanes se toman la música de manera muy seria”, dice Bruce Springsteen, por ejemplo, en su reciente documental. “Aquí hay compromiso real con el músico”, me decía Jeff Tweedy en Benicàssim antes de su primer bolo en el FIB, en 2007 (aunque en otras ocasiones se haya quejado, con razón, del molesto ruido ambiental en alguna de sus visitas en solitario, algo extensible a Richard Hawley, quien en su última incursión hispana pidió silencio desde la misma cartelería). Desde entonces, este cronista se ha topado con decenas, quizá cerca de un centenar –sin exagerar– de músicos extranjeros que afirman sentirse en España como en su casa. La mexicana Lila Downs me llegó a decir que el español es un público más apasionado que el mexicano. Hasta Alan Sparhawk se me ofrecía jocosamente a venir a nuestro país a cuidar de los naranjos de quien lo necesite, dado que –dice– el carácter mediterráneo va más con él que el de la fría Duluth (Minnesota) en la que reside, lugar de origen de Bob Dylan. Los ejemplos son innumerables, y la excepcional acogida que se les dispensa a algunas giras parece darles la razón. Quizá también haya motivos económicos: la rentabilidad de concentrar fechas y los altos cachés.
Estilos aquí privilegiados
Jaime Hernández, jefe de la promotora barcelonesa Houston Party, con 26 años de actividad y un abultado y diverso currículo –The Postal Service, Flaming Lips, Pet Shop Boys, Kamashi Washington, Fontaines D.C. o Big Star–, comenta que muchos de sus artistas les dicen que “España es su mejor o segundo mejor mercado, después –normalmente– de su país de origen”. Y pone varios ejemplos, de naturaleza muy distinta: “Ocurre con el francés Yann Tiersen, con los australianos The Cat Empire, con los británicos Crystal Fighters –en este caso directamente somos su mercado principal– o con los canadienses The Sadies”. La preferencia por España directamente se desborda cuando tratamos de algunos de sus grupos fetiche. “Un caso mítico dentro de la casa eran los norteamericanos The Posies o la reciente gira de Big Star, que de nueve conciertos que han dado en dos años, siete de ellos han sido España”, recuerda. No en vano, la relación de Jaime Hernández con los Posies nació cuando este le pasó a Jon Auer (integrante de la gira de Big Star) una maqueta de su antiguo grupo, Parkinson D.C., con ocasión de un extraordinario concierto que dieron los de Seattle en Valencia en 1993, teloneando a Teenage Fanclub. Ocurrió antes incluso de que Jaime montara su propio sello y promotora. En los albores de nuestro indie.
Se abre ahí otra veta interesante del fenómeno: la excepcional acogida que dispensa el público español a los músicos de power pop, country rock, folk de nuevo cuño, soul más o menos vintage y cualquier otro sonido de raigambre norteamericana que se pueda imaginar, cuando en muchas ocasiones son absolutamente minoritarios en su propio país. En este punto del debate entra Jorge Llabrés, uno de los socios de la promotora que organiza el Visor Fest (primero en Benidorm, en los últimos tres años en Murcia) y varios conciertos a lo largo del año en la costa valenciana, que cuenta un caso similar al de Big Star: “Cuando nos enteramos de la despedida definitiva de Gigolo Aunts, queríamos que estuviesen sí o sí en nuestro festival, y necesitábamos despedirnos, pero lo que iban a ser unas pocas fechas se convirtió en siete shows por toda la península, con cientos de fans comprando entradas y la reedición de su disco Minor Chords & Major Themes (1999) agotándose en las salas por donde pasaban”, explica.
Añade los casos de “bandas que giran por España año tras año, festival tras festival, arrastrando al público a su luz, como el incombustible Brett Anderson con Suede o Tim Booth con James” a quienes “España ama incondicionalmente y lo demuestra con sus clubs de fans siguiendo todo lo que hacen”. Eso sí, no son festivales de concurrencia masiva. Y también los de “las bandas que tuvieron éxito en sus países y no necesitaron venir a España, por lo que al traerlos ahora es casi como si fuera la primera vez, con un fenómeno fandom que se nota en el caso de The Silencers, The House of Love, Buffalo Tom o The Lightning Seeds”, y aquellas que “eran fijas en aquellos maravillosos FIBs de los noventa, y volvemos a ver como las estrellas que fueron para muchos y para nosotros”.
Cuestión de tamaño
También hay motivos logísticos, como ilustra la despedida de los Gigolo Aunts enunciada por Jorge. Dice Jaime Hernández que “al clima, la comida y la gente, que deben ayudar”, hay que sumar también “que lo que manda es que aquí si un artista tiene tiempo, puede hacer muchísimos conciertos, porque al final España es muy grande y hay muchas ciudades de provincias que están deseando que vayan artistas internacionales”. A ellos se suma “que hay una red de festivales y de programadores locales, que ayudan a materializar estos bolos”. Algo que puede tener su reverso negativo, porque también señala que “muchas giras directamente obvian España porque es difícil de rutear y, sobre todo, porque los impuestos que tienen que pagar les imposibilita venir”. Una dificultad acrecentada, en algunos casos, por el Brexit. Hay también, no lo olvidemos –aunque hablemos de una escala considerablemente mayor en cuanto a público a todo esto que estamos hablando–, una vieja saga de músicos legendarios que nunca pisaron España en sus giras europeas: Fleetwod Mac, Tom Petty o Steely Dan. Leyendas que nos fueron ajenas, quizá porque ningún promotor lo vio claro.
Cuando agrandamos el foco, eso sí, es cuando nos topamos con los festivales de gran formato y la competencia que han alentado. Hace años que circula el runrún de que en España se pagan algunos de los más ingentes pastones nunca vistos en el continente. Jaime Hernández remonta su explicación hasta el infausto 2008, con aquella lucha veraniega fratricida entre el FIB y el extinto Summercase: “Yo creo que esto empezó ya con el Summercase –José Cadahía, su director, era amigo mío y fue un pionero para lo bueno y para lo malo– y luego se ha ido yendo de madre: hace tiempo que se han disparado los cachés debido a la competencia tan bestia entre festivales y su afición a las exclusivas, aunque de todas formas los artistas cada vez tienen más interés en girar y las giras son ahora otro mundo”, afirma. “El incremento de cachés es continuo”, refuerza Jorge Llabrés, quien explica que “todos los años se torna imposible traer a muchas de las bandas que nosotros queremos, y algunas otras que no siendo tan relevantes, o que nunca lo fueron en nuestro país, se han subido al carro de esos cachés totalmente disparatados y cuesta mucho hacerse con ellas”.
[–>
Las salas de pequeño y mediano aforo gozan aún de la concurrencia de proyectos que, sostenidos por la mera nostalgia o por una inteligente actualización de sus preceptos, logran reunir a 200, 300 o 400 personas entre cuatro paredes en torno al formato clásico del pop y el rock: guitarra, bajo, batería y algún teclado. Las tendencias más novedosas (las llamadas músicas urbanas) son otro melón. Pero ¿hay espacio en España para que esa fidelidad se trasvase, tal y como ocurre en otros países (los festivales Lovers and Friends en Las Vegas, el Just Like Heaven y el Darker Waves californianos o el Rewind británico) a nuestras grandes citas, más allá de los eventos clónicos filoindies que pueblan nuestra geografía o de gigantes como Primavera Sound, Mad Cool o BBK Live? Jorge Llabrés no lo termina de ver claro: “La evolución en los gustos de los festivales y el público emergente deja bastantes incertidumbres”, comenta. “A veces se hace muy complicada la regeneración del público, pero tampoco olvidemos que festivales como las primeras ediciones del FIB crearon una gran cantidad de público que aunque ya no vaya a tantos conciertos y festivales, sigue teniendo muchas ganas de disfrutar de estas propuestas: crecieron con un vínculo especial con estas bandas, que creo que no se ha perdido en la actualidad”, concluye.
#LEspagne #paradis #des #musiciens #étrangers #cliché #réalité
1731977886