2024-12-02 22:00:00
El gran escritor franco-libanés Amin Maalouf (Beirut, 1949) ha recibido este lunes el XXXVI Premi Internacional Catalunya en una ceremonia en el Palau de la Generalitat. Una distinción que llega después de que el jurado ensalzara el “extraordinario valor de su obra”, el “sentido ético profundo” de su trabajo o su incansable labor por realzar la “diversidad cultural de identidades, lenguas y países”. Autor de novelas como ‘León el Africano’ o ‘La roca de Tanios’ y ensayos como ‘Las cruzadas vistas por los árabes’ o ‘Identidades asesinas’, Maalouf abandonó el Líbano poco después del inicio de la guerra civil en 1975. Desde entonces reside en Francia, donde actualmente preside la Academia Francesa de la lengua. Profundamente humanista e idealista, pese al pesimismo que desprende su obra ensayística, su obra ha tendido puentes entre Oriente y Occidente, huyendo de las identidades encorsetadas que ganan terreno en estos tiempos convulsos.
Barcelona es uno de los grandes puertos del Mediterráneo, el mismo mar que sirve de trasfondo para parte de su obra. ¿Cómo ha recibido el Premi Internacional Catalunya?
Estoy muy feliz de recibirlo. Es un premio que se basa desde sus inicios en valores universales muy fundamentales. Se ha concedido a científicos, economistas o escritores, pero el enfoque principal está en los valores y estoy contento porque esos valores son mis valores. Los comparto y estoy feliz de recibir este hermoso premio.
[–>
Hace unos días callaron finalmente las armas en Líbano. Su país de origen ha vuelto a sufrir una severa destrucción a manos de Israel. La economía está casi en quiebra. ¿Qué reflexiones hace de lo sucedido y a quién culpa?
Después de 50 años de guerra, no creo que sea útil asignar culpas. Todo el mundo tiene la culpa. Es una historia triste. Líbano es un país que tenía un enorme potencial y un sistema que podría haber funcionado, un sistema en el que se suponía que distintos grupos serían capaces de vivir juntos. Durante algún tiempo funcionó, pero acabó viniéndose abajo. Salí del país hace 48 años, cuando la guerra ya había comenzado. Hubo períodos de guerra muy intensa y otros de calma, pero en general el país no ha vuelto a ser normal en los últimos 50 años. Y eso, para mí, es profundamente triste.
[–>
Líbano es casi un modelo del multiculturalismo que usted ha abanderado durante su carrera, pero al mismo tiempo tiene un sistema confesional que refuerza el sectarismo identitario y ambos polos acaban colisionando. ¿Es así como lo ve? ¿Ha fallado ese modelo confesional?
Las personas deberían poder vivir juntas a pesar de sus diferencias, pero es extremadamente complicado en todas partes. Tiene razón al decir que mi trabajo se centró mucho en ese problema, porque era un problema de mi país, donde se trató de organizar la convivencia.
No podemos aceptar que no es posible porque el mundo está hecho de miles de comunidades distintas, religiosas y lingüísticas. Pero nunca es fácil y no debemos ser ingenuos pensando que basta ponerlas juntas y pensar que en unos años se llevarán bien. No funciona así. Hay que construir instituciones que creen las condiciones para la convivencia y la fomenten. La gente debe sentir que es beneficioso.
Como libanés, ¿qué cree que debería suceder con Hizbulá? ¿Es partidario de que se mantenga como milicia armada?
Sabe, estoy muy lejos de la política. Soy un observador y llevo casi 50 años viviendo fuera de mi país. Todo lo que espero es que pueda volver a ser un país normal, con una economía normal, donde la gente pueda prosperar y tener una vida cultural. Esa es mi esperanza.
[–>
En uno de sus ensayos políticos, afirma que el mundo ha perdido el rumbo. ¿Cómo caracterizaría los tiempos actuales?
Son tiempos contradictorios porque tenemos todos los medios a nuestra disposición para construir lo que queramos. Podríamos deshacernos de la pobreza, del analfabetismo… por primera vez en la historia de la humanidad podríamos construir un mundo acorde a nuestras esperanzas. Pero no lo hacemos porque no hay orden mundial que funcione. Las relaciones entre pueblos y naciones, grandes potencias o grupos religiosos está marcada por una extrema tensión, hostilidad e impulsos destructivos.
[–>
¿A qué lo atribuye?
Hemos llegado a un punto en el que es necesario abordar globalmente cada uno de los grandes asuntos. Todas las soluciones son globales. Deberíamos pensar y actuar como si fuéramos una sola nación global para poder afrontar el cambio climático, las distintas amenazas o las nuevas tecnologías si queremos que ayuden al desarrollo humano en lugar de amenazar su existencia. Es imperativo cierto grado de solidaridad entre todos los humanos.
[–>
Pero no está sucediendo, más bien al contrario.
Cierto, pero debería suceder, porque ya no podemos permitirnos que las grandes potencias luchen entre ellas con la clase de armas que estamos desarrollando. Existe un riesgo real de destrucción. Por supuesto, también lo había durante la Guerra Fría, pero ahora hay otros riesgos, desde las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial a la biotecnología. No sabemos exactamente hacia dónde vamos. Lo único cierto es que necesitamos un alto nivel de cooperación entre todos los actores, y no lo tenemos. Es lo que me preocupa del mundo actual. No hay soluciones fáciles, pero debemos pensar en cómo cambiar nuestras formas porque hay demasiados conflictos y no sabemos cómo detenerlos. Hay un problema de gobernanza global, y ese es seguramente el principal problema actual. Somos como un barco sin capitán.
[–>
Los países occidentales han sido los principales valedores de ese sistema de gobernanza global, pero cada vez parecen tener menos reparos en socavarlo. ¿Qué pensó cuando Francia anunció que no cumplirá con las órdenes de arresto contra Netanyahu de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra en Gaza?
No tengo opiniones sobre asuntos políticos concretos. Trato de pensar al nivel de cómo los p resolverroblemas de la civilización actual. Soy principalmente un observador. Intento entender el mundo, pero sin prestar mucha atención a las noticias del día.
[–>
En uno de sus libros argumenta que las ideologías han sido reemplazadas por las identidades como motor político. Lo cual se refleja en el auge de ese nacional-populismo. ¿Hacia dónde podría llevarnos este nuevo paradigma?
Los conflictos ideológicos terminaron con la Guerra Fría y, si lo hicieron, fue porque no funcionaron las ideologías. Eso no significa que deban ser reemplazadas, como está sucediendo, por asuntos identitarios. Tenemos que construir una nueva visión universalista, pero sin las deficiencias de las ideologías dominantes durante el siglo XX. De este siglo XXI no ha emergido ninguna visión nueva. No ha llegado de Occidente ni tampoco de sus competidores, que no creo que estén en posición de presentarla. Transitamos por un momento en el que el mundo ha dejado atrás una era, pero todavía no ha entrado en la próxima. Todavía necesitamos imaginar lo que vendrá.
[–>
¿Cree que el idealismo ha muerto o la creatividad para concebir un sistema político mejor?
Creo que mucha gente ha perdido sus ilusiones y se está volviendo cínica. Se les dice que deben centrarse en su propio bienestar y todavía no hemos desarrollado un pensamiento para comprender plenamente lo que está sucediendo en el campo científico y tecnológico. Nuestra forma de pensar va detrás del progreso en estos campos.
¿Y qué papel deberían desempeñar los intelectuales en este momento tan confuso? Casi no les oímos. ¿Han claudicado o es que el mundo ha dejado de prestarles atención?
[–>
Deberían desempeñar un papel muy importante porque el mundo del mañana necesita ser reinventado. Y su papel es repensar el mundo e interpretarlo mejor en lugar de enzarzarse en las mismas viejas disputas entre comunidades, religiones y sistemas. Necesitamos imaginar el mundo tal y como ha sido moldeado por la evolución científica y tecnológica. Todavía no se ha hecho, pero el peso debería recaer principalmente en los intelectuales.
#Nous #pouvons #pas #permettre #aux #grandes #puissances #battre #avec #les #armes #nous #avons #développées
1733168171