2024-12-14 17:00:00
Volver a casa. Puede ser bonito. Te reencuentras con aquellos con quien compartiste momentos y que aparecen en tus recuerdos. Vuelves a pisar las mismas calles, los mismos pasillos. Te vienen imágenes a la mente, algunas de ellas bonitas, hasta melancólicas. Sin embargo, regresar también puede ser incómodo. De hecho, casi siempre lo es. Te recuerda que ya no formas parte de ese sitio. Que tú, por decisión propia, circunstancias o obligación, ya no perteneces a ese lugar que tanto tiempo sentiste como tu lugar. Así debió sentirse Vicente Moreno cuando el autobús del Osasuna atravesó los muros del RCDE Stadium. O cuando volvió a recorrer el túnel de vestuarios, ahora como entrenador del equipo pamplonica.
El técnico valenciano tan solo estuvo dos años ocupando el asiento noble del banquillo perico. Puede no parecer mucho, una etapa relativamente corta, pero todo lo vivido provocó en él un sentimiento cálido hacia el conjunto catalán. Vicente Moreno fue el líder indiscutible del equipo que consiguió el ansiado ascenso a Primera División. Ahora, con el Osasuna, estos recuerdos se amontonan. Volver a enfrontarse al Espanyol (0-0) fue un mal trago. Ninguno de los dos equipos consiguió esmoerarse o tirar de talentos propio. Las acciones escasearon y la resignación conquistó un encuentro agridulce.
Cuando rueda el balón, el romanticismo se echa a un lado. Ni el técnico desde el banquillo ni sus jugadores iban a pisar el verde con un solo ápice de amedrentamiento. El equipo perico tampoco iba a dejar que la vuelta del que fuera su técnico fuera sencilla. Ambos conjuntos se plantaron en el tapiz del feudo perico con muchas intenciones. Pero se quedaron en eso, en meras ideas que no les llevaron a ningún sitio. Que no materializaron con ninguna ocasión. Durante el primer tiempo, nadie se plantó en el área rival con un mínimo peligro. Los futbolistas deambularon por el campo, sin más.
Fue desesperante ver cómo cada uno lo intentaba de propio, con mucho ímpetu pero pocos recursos. Se fueron intercambiando golpes, pero tanto errores individuales como falta de eficiencia en la circulación de balón impidieron que alguno se impusiera. El balón solo circuló, se paseó. Rondaba el minuto 70 de partido y ninguno de los dos equipos había sumado una sola ocasión de gol. Vicente Moreno lanzaba consignas con las manos en jarras dentro del área técnica. A pocos metros, Manolo González hacía aspavientos a sus futbolistas para que espabilaran. Ambos se desesperaban ante la poca claridad de sus jugadores.
El primer tiro a portería llegó pasado el 75 y nació de las botas de Pol Lozano en el balcón del área. El Sant Quirze del Vallés recogió el esférico y lo empalmó, haciéndolo dibujar una buena parábola que se envenenó hacia la escuadra de la portería del Osasuna. Sin embargo, Sergio Herrera firmó un auténtico paradón que evitó que, en el primer intento real, el Espanyol se adelantara en el marcador. Tras la ocasión, el Espanyol empezó a aposentarse en campo rival, pero fueron ataques totalmente estériles. No consiguieron enviar ni un solo balón entre los tres palos antes de que el colegiado señalara el final del encuentro.
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El partido fue incómodo, no solo para Vicente Moreno, sino también para el técnico local. Su crédito se va acabando. Los malos resultados y la imagen pobre del equipo no amparan a Manolo González, que si bien tiene apoyo por parte de la afición, en el palco las dudas empiezan a asentarse. Las gradas hicieron notar, con sus vítores, el malestar con la directiva y pidieron que “les devolvieran el club”. No fue bonito, ni sencillo ni amable la vuelta de Moreno. Tampoco salió bien parado el Espanyol.
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