2024-12-23 06:00:00
Chinchetas y poesía.
El fútbol, para bien o para mal, es fieramente utilitarista. El Atlético de Madrid ganó al Barça jugando a no perder y encomendándose a Oblak. El Barça perdió con el Atlético de Madrid jugando a ganar y encomendándose a un sublime Pedri. ¿Un resultado injusto? Pues no. El utilitarista Bentham decía que el placer es placer y el dolor es dolor, es decir, la victoria es victoria y la derrota es derrota. En fútbol, los llamados placeres elevados no tienen que ver con jugar un fantástico partido en ataque y presionando sin desmayo al rival, sino con ganar en el último minuto. El utilitarismo de Bentham no hace juicios: si la cantidad de placer es igual, un juego con chinchetas es tan bueno como la poesía. Dicho de otra manera, un gol en el último segundo de esa implacable chincheta llamada Sorloth es tan bueno como una goleada del Barça si los delanteros hubieran marcado en algunas de sus ocasiones tras pases del poeta Pedri. Unos ganan sacando de quicio al rival y otros pierden ofreciendo una emocionante noche de fútbol. El placer es el placer, el dolor es el dolor y el fútbol es el fútbol. Por cierto, el cadáver de Bentham se conserva, a petición propia, en una urna de cristal en el University College de Londres, embalsamado y vestido con uno de sus trajes. Lo digo por si Simeone quiere hacerle una visita.
Todos somos turcos.
No me gustan las “conjuras””de los equipos (casi siempre después de una comida) para encarar los próximos partidos con moral de victoria, ni las caras de intensísima concentración de algunos futbolistas antes de salir al terreno de juego, ni la marea mal rollista después de unas declaraciones futboleras del alcalde Madrid o de la penúltima provocación de Piqué. Michel de Montaigne decía que no hacía nada sin alegría, y aunque eso es muy difícil de imitar en este valle de lágrimas sí es lo mínimo que le podemos pedir a los futbolistas que quieren ganar partidos y a los aficionados que se enfadan con los alcaldes que opinan de fútbol y con los exfutbolistas que hablan del Espanyol. Un poco de alegría, por dios. Menos trascendencia. Sobre todo, los futboleros. El gran Erasmo de Roterdam hizo notar, a los que pedían una cruzada contra los turcos, que si se prescinde del nombre y de la insignia de la cruz, somos turcos luchando contra turcos. Si prescindimos del nombre y de los escudos de los equipos, se trata de equipos de fútbol jugando contra otros equipos de fútbol, de forma que para un aficionado una mano dentro del área es penalti o no lo es dependiendo más del nombre y del escudo que de la mano. Jugar al fútbol y opinar de fútbol con alegría y sabiendo que los nombres y las insignias son parte de la diversión no debería hacernos olvidar que todos somos turcos.
El banquillo de Mickey Mouse.
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Suelo ver con mis nietos “La casa de Mickey Mouse”, una serie de dibujos animados. Personalmente, prefiero a Scooby-Doo o a Pierre Nodoyuna, pero acepto a Mickey Mouse como dibujo animado de compañía. El caso es que, hasta que lo dijo Byung-Chul Han en su ensayo “No-Cosas”, no había caído en la cuenta de que en “La casa de Mickey Mouse” las cosas pierden de repente su vida propia y se convierten en herramientas cómplices para la resolución de problemas. Y así, los niños aprenden que hay una solución rápida, incluso una aplicación, para todo. Aprenden que la propia vida no es más que resolución de problemas. Aprenden que las cosas están sometidas a nuestras necesidades. En las primeras aventuras de Mickey Mouse, sin embargo, las cosas se comportaban de forma muy insidiosa, adquirían vida propia, eran obstinadas e imprevisibles y las puertas, las sillas o las camas podían convertirse en objetos peligrosos. Las cosas generaban frustración. Me parece que los entrenadores modernos viven en “La casa de Mickey Mouse”, y por eso ven el banquillo como un conjunto de objetos sin vida propia que se convierten en herramientas para la resolución de problemas (hace falta un gol, es necesario perder tiempo, el mediocentro titular está cansado). En el fútbol premoderno, los futbolistas del banquillo tenían vida propia, eran obstinados e imprevisibles y podían convertirse en objetos peligrosos para los entrenadores y, por tanto, interesantes. El fútbol moderno ha convertido a los banquillos en aburridas cajas de herramientas sometidas a las necesidades del momento que no generan ninguna frustración. Un partido de fútbol debería ser algo más que un montón de problemas que hay que solucionar.
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