2025-02-15 18:05:00
Donald Trump, avec Yasir al-Rumayyan, le principal actionnaire de Liv Golf, en mai 2023. / Ap
La industria del deporte hace décadas que, en determinados ámbitos, parece que viva en el día de la marmota. Y, efectivamente, nos referimos a cuánto y cuántos deportistas tienen derecho -más bien, la posibilidad- a poder vivir únicamente de su participación en torneos. “¡Nuestros jugadores deberían dejar de quejarse! Todas las negociaciones de contrato que he visto siempre van en la misma dirección: cada vez más alto, cada vez más lejos, cada vez más rápido”, se quejaba esta semana Karl-Heinz Rummenigge, ex CEO del FC Bayern y una de las voces más respetadas del fútbol. Y eso que la polémica de esta semana ha sido en el pádel.
Los palistas ya decidieron presionar y forzar el repliegue de World Padel Tour hace dos años para enrolarse a un Premier Padel que les prometía más dinero y libertad. Pero la calma no ha durado mucho y, al menos al cierre de este artículo, se mantenía el boicot al torneo de Gijón como medida de presión al circuito. Cuadros más amplios para que entren más jugadores -más días y más costes organizativos- y una nueva distribución del dinero estarían entre las reclamaciones.
Lo que está sucediendo en esta disciplina no es único en el deporte, y lo estamos viendo en otras modalidades que emergen con fuerza como producto de consumo, tal que el fútbol femenino. Es lícito reclamar siempre una mejora de las condiciones laborales y querer cobrar más -a todos nos gustaría-, pero el problema es plantearlo de forma recurrente o con unos objetivos o ritmos de aplicación que no casan con la realidad. Qatar, los clubes de fútbol con sección en Liga F y demás inversores pueden tener bolsillos anchos, pero entonces hay que entender que cualquier apuesta se hace pensando en que haya un retorno y que, en un momento dado, puedan ser autosuficientes.
De lo contrario, nos exponemos a que burbujas como la que se produjo en China con el fútbol nos acaben estallando en Europa con estas competiciones. Y no lo tienen fácil. Deben profesionalizar una carrera deportiva al tiempo que invierten tiempo y dinero en crear productos de consumo que, no lo olvidemos, deben competir por la atención de personas que en su rutina hace años que ya incorporaron LaLiga, la Champions, MotoGP, Fórmula 1, grands slams…
Y lo segundo es lo que debe garantizar que lo primero sea sostenible y no dependa de la voluntad de un tercero. O, si no, asumir que como en el fútbol, deberán crearse más y más torneos, con calendarios apretados o restringidos al pool de atletas más mediáticos, para que los números salgan. Calidad o cantidad.
Las entrañas del LIV Golf
LIV Golf y PGA Tour se han encomendado a Donald Trump para desencallar la fusión entre los dos circuitos. El primero abandera la voluntad de modernizar la manera en cómo se consume este deporte, mientras que el segundo es la tradición y el control del sistema. Pero no tiene tanto dinero. El circuito saudí gestiona desde Reino Unido todos los eventos que no se celebran en Estados Unidos, y en las cuentas de su filial puede apreciarse que ya llevaban invertidos 632,9 millones de dólares (612,8 millones de euros) entre 2022 y 2023. Y súmenle otro buen pico en 2024, porque la brecha entre lo que gastan y lo que realmente generan es abismal.
El canon de los torneos fue su principal fuente de ingresos en Europa, Asia y Australia, con 13,6 millones de dólares (13,2 millones de euros). Le sigue el negocio comercial, que alcanzó los 9,8 millones de dólares (9,5 millones de euros), menos que el RCD Espanyol o el Girona FC, por ponerlo en contexto.La taquilla aportó 7,6 millones de dólares (7,4 millones de euros), mientras que los derechos de televisión sólo dieron 2,9 millones de dólares, frente a los 700 millones que logra el circuito estadounidense al que quiere unirse o derrocar.
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