2025-02-01 12:36:00
¿Se puede relanzar como capital cultural europea la que fue ciudad modélica del marxismo germano-oriental y ahora es bastión neonazi? ¿Y hacerlo sin caer en el siguiente estigma, el de capital del ‘woke’ institucional? Este es el desafío de Chemnitz, la ciudad del este alemán que bajo el régimen comunista se llamó Karl-Marx-Stadt y donde ahora la fuerza más votada es la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). Su plataforma de lanzamiento es el título de ‘capital cultural europea’, que comparte con la eslovena-italiana Nova Gorica. Cuenta con un programa formado por 800 actos, conciertos, ‘performances’, exposiciones, fiestas en la calle o en sus clubes. También rinde culto a los tesoros almacenados por sus ciudadanos en su garaje-contenedor. Lo hace a través de una exposición fotográfica bautizada como ‘3000Garagen’, que se reparte por comercios de toda la ciudad y que recorre el polivalente microcosmos de unos contenedores donde el coche a menudo acaba desapareciendo entre objetos de todo tipo o se convierte en lugar donde merendar con los vecinos.
El sello de identidad indiscutible es el “Nischel”, como se apoda al ‘cabezón’ de Karl Marx, el busto de 7,1 metros de altura y 40 toneladas de peso que preside esta ciudad de provincias de Sajonia. “Marx es de todos. De los que celebramos aquí la capitalidad europea, de los que bailan fuera y de los que no celebran nada, pero nos abuchean”, comentaba el alcalde de Chemnitz, el socialdemócrata Sven Schulze, en el acto inaugural de su año. Que se sepa, el filósofo y autor de ‘El Capital’ nunca estuvo en Chemnitz. Pero las autoridades de la extinta Alemania comunista, o República Democrática Alemana (RDA), rebautizaron en 1953 la ciudad como Karl-Marx-Stadt y coronaron su centro urbano con la estatua. Ahí se quedó, cuando tras la reunificación alemana recuperó el nombre de Chemnitz.
Cien millones de euros
Es el punto obligado de visita de un programa que arrancó en el Palacio de la Ópera y siguió con un espectáculo luminotécnico a los pies del cabezón. Tiene un presupuesto de unos 100 millones de euros entre fondos públicos y patrocinadores. El propósito, además de divertirse, es llegar al ‘centro de la sociedad’, según sus organizadores, y dar visibilidad a proyectos relacionados con la integración y apoyo a las minorías, contra el racismo, la exclusión o la crisis climática.
El ‘Nischel’ apareció en la fiesta inaugural encorsetado entre vallas protectoras y un operativo policial formado por 1.500 agentes. Las calles adyacentes quedaron cortadas al tráfico y sus accesos se blindaron con bloques de hormigón. Se extremaron precauciones a raíz del ataque del pasado diciembre contra el mercadillo navideño de Magdeburgo, otra ciudad del este alemán, donde un psiquiatra saudí perturbado e islamófobo se lanzó con un SUV contra la multitud y dejó seis muertos y dos centenares de heridos.
Unas 80.000 visitantes desfilaron por una ciudad de 250.000 habitantes en su primer fin de semana de capitalidad. Acudió a Chemnitz el presidente del país, Frank Walter Steinmeier, y una amplia representación del gobierno alemán y del ‘Land” de Sajonia. Pero más allá del cordón policial en torno a los grandes actos se respiraba la realidad diaria de esa ciudad.
“No me llames neonazi, llámame nazi”, vociferaba un exaltado ultra, en medio de una manifestación convocada por el grupúsculo de extrema derecha Freie Sachsen, ‘Sajonia Libre’. Le jaleaban varios jóvenes como él, algunos con sudaderas de la marca ‘Thor Steinar’, proscrita en los estadios del este de país por aglutinar a ‘hooligans’ del espectro neonazi.
Pantalla del desafío ultra
A la más radicalizada ultraderecha le queda corto el término neonazi. Van a los orígenes. Han normalizado el término ‘remigración’, hasta hace poco identificado con las deportaciones masivas en tiempos de Adolf Hitler y ahora parte de la campaña electoral de Alice Weidel, la candidata de la AfD a la cancillería. A pocas semanas de las elecciones generales del 23 de febrero, la AfD ocupa a escala nacional la segunda posición en los sondeos. El primer puesto le corresponde al líder del bloque conservador Friedrich Merz.
La AfD fue el partido más votado en Chemnitz en las elecciones europeas de 2024. A unos 200 metros del monumental cabezón de Karl Marx, una placa en el suelo recuerda una trágica madrugada de agosto de 2018. Todo empezó con una pelea por unos cigarrillos entre un cubano-alemán de 35 años, Daniel H., y un grupo de cuatro hombres, entre ellos un refugiado sirio y un iraquí. Daniel H. murió a cuchilladas.
Unas horas después circulaban por redes sociales mensajes llamando a ‘limpiar las calles’ de extranjeros. Hubo conatos de ‘cacerías humanas’ ultras sobre cualquier persona identificable como inmigrante. Las semanas siguientes, la estatua de Marx se convirtió en punto de confluencia entre manifestaciones de diverso signo y desfiles de los líderes más radicales de la AfD.
El año de capitalidad europea debe servir para liberar a Chemnitz de esos estigmas. Por el centro de la ciudad se escuchan músicas diversas, llamadas a la tolerancia y contra el racismo. Para la ultraderecha local, un despilfarro de fondos públicos al servicio de la ‘agenda woke’.
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