2024-05-25 10:00:13
Entrar en el histórico juicio penal a Donald Trump que se desarrolla en Nueva York es gratis. Los asientos reservados para prensa y público tanto en la sala principal del tribunal como en la adyacente donde el proceso se sigue por circuito cerrado de televisión, no obstante, son limitados: poco más de 110 para los medios y entre 20 y 30 para ciudadanos. Y el impulso por garantizarse un sitio, y ya puestos el mejor posible, ha dado vida a un boyante un negocio ya de por sí exitoso en la ciudad: el de los “colistas” profesionales, esos que a cambio de dinero hacen por uno la cola hasta que llega la hora de la verdad.
A estos “emprendedores” es habitual verlos, por ejemplo, en las largas filas que se forman ante restaurantes de moda que no aceptan reservas o para comprar entradas de los espectáculos de Broadway con mayor demanda. También en las colas que se ven cuando se lanza el último modelo de una zapatilla deportiva de edición limitada, cuando un famoso tiene algún acto abierto al público o cuando aparecen fenómenos de tirón inexplicable como el cronut.
Muchos vieron sus servicios contratados también en plena pandemia de covid, cuando empezaron a estar disponibles las primeras dosis de la vacuna. Pero es con Trump sentado en el banquillo, y en un juicio que no se retransmite por televisión, cuando han estado haciendo su agosto, aunque sea en abril y mayo.
Tarifas dobladas y personal reforzado
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Same Ole Line Dudes, una empresa que fundó Robert Samuel tras debutar en 2012 en el negocio haciendo cola para otro para comprar el iPhone 5, ha doblado su tarifa de los 25 a los 50 dólares por hora y ha reforzado su personal de “colistas”, que para este juicio son 32. Y a ellos les pagan desde medios de comunicación estadounidenses (porque los reporteros estrella no van a pasar la noche en vela) hasta ciudadanos corrientes, neoyorquinos o turistas, que quieren ser testigos directos de la historia, el argumento que más se repite cuando se les pregunta por qué están allí.
A esos profesionales que en inglés se conocen como ‘line sitters‘ se les ha sumado la competencia de otros que ofrecen sus servicios en TaskRabbit y también la de quienes no desaprovechan la ocasión de sacar unos dólares de donde pueden. Y entre estos se encuentra gente como John McIntosh, un hombre de 42 años y aspecto bastante dejado que suele dedicarse a aparcar su coche en zonas de aparcamiento complicado y luego vender la plaza pero que, desde que empezó el juicio al expresidente y candidato republicano, es un habitual frente al tribunal en el bajo Manhattan.
Haciendo noche a la intemperie, McIntosh consigue posiciones aventajadas. Y antes de que la policía del tribunal empiece a repartir las tarjetas que garantizan un espacio en la sesión de ese día (cartulinas con el sello judicial y la fecha que cada día cambian de color), él las vende al mejor postor (y no es el único). Pero al menos un par de días, eso sí, fue él quien entró a la sala adyacente y optó por ser personalmente testigo directo.
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La expectación (y los precios en este fenómeno) se ha disparado en días específicos. Sucedió en el par de jornadas en que subió al estrado Stormy Daniels, la estrella del entretenimiento adulto que asegura que mantuvo un encuentro sexual con Trump en 2006. Se incrementó aún más cuando a lo largo de cuatro días le llegó el turno al testigo estrella de la fiscalía, Michael Cohen, el hombre que pagó 130.000 dólares a Daniels y asegura que Trump autorizó ese pago y la trama de falsificación documental para encubrirlo después.
Los argumentos finales
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Puede anticiparse que todo será más intenso aún a partir del martes, cuando fiscalía y defensa presentan los argumentos finales, y del miércoles, cuando el jurado empezará a deliberar y en cualquier momento podrá anunciar un veredicto. No es osado pensar que entonces se superarán los 1.800 dólares que alguien pagó recientemente por el primer lugar en la cola de público. Y a quienes no quieren pagar solo les queda plantarse allí el día previo o madrugar cada vez más, sin tener garantías de que eso vaya a servir para entrar.
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Los colistas viven, claramente, un momento dulce, pero son también una figura controvertida. Ponen en ventaja a los ricos y a los poderosos frente al ciudadano (o el periodista) corriente. Y en casos de otras ciudades de Estados Unidos donde se han hecho habituales como Washington, instituciones como el Tribunal Supremo han prohibido a abogados registrados a emplear esos servicios cuando quieren acudir a escuchar argumentos en casos que no son los suyos.
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