2024-12-21 22:43:00
El Sporting ha pasado de ser un equipo temido a uno con mandíbula de cristal, al que le afectan demasiado los golpes. Los gijoneses volvieron a salir derrotados en El Molinón, un estadio que ha dejado de imponer a los rivales. El Málaga, un recién ascendido con aspecto trabajado, salió de Gijón con los puntos tras ser capaz de sobrevivir en los primeros compases de partido para después tener lucidez para sacar partido a las repetidas desconexiones de los rojiblancos, que han perdido red atrás. En defensa tiene un problema el proyecto y no encuentra remedio el entrenador. Y en ataque, sin la chispa de Dubasin y Otero, faltan recursos. Urgen respuestas para salir del enredo. La crisis no es pequeña: van 1 de 12 puntos cuando el calendario era amable, y la zona noble se aprecia cada vez más lejos. Las vacaciones darán aire a los jugadores y trabajo a la dirección deportiva para que no se estropee una temporada que está complicando.
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Albés tiró en seguida del recuperado Diego Sánchez para formar pareja con Pier para aliviar los problemas en una línea incómoda como es la defensa. El regreso del canterano es sin duda un motivo de alegría. Soluciona carencias. Permite que el equipo pueda presionar más alto y disponga además de una salida de balón aseada. Las ausencias de dos gamos como Otero y Dubasin ponían en aprietos. Ya no es solo una cuestión de impacto, que también –entre ambos llevan 10 goles-. Sino más bien un asunto de estado: porque precisamente estos dos futbolistas, rápidos, hiperactivos, muy dinámicos, son, con permiso de Olaetxea, quienes mejor casan en el estilo del entrenador. Si acaso Caicedo, titular en Anduva, asomaba como el único atacante con potencia entre los que estaban a disposición. Pero donde otros observan problemas, Albés aprecio una oportunidad. A falta de corredores, dentro los atacantes de más ingenio: Gaspar, Queipo y Campuzano, tres con buen pie, renovaban una vanguardia de lo más experimental. Y lo cierto es que el equipo no entró de mala manera al encuentro. Salió convencido. Pero se topó con una exhibición de Alfonso Herrero. Guardameta que pasó de puntillas por Oviedo, demostró en un abrir y cerrar de ojos que tiene muelles en las piernas y que sus manoplas son de acero. Negó en apenas cinco minutos dos tantos cantados a Campuzano y a Gaspar, que ya se relamían, necesitados ambos de alegrías. El Molinón se echaba las manos a la cabeza. Y lo cierto es que no es para menos. El Sporting parece empeñado en agrandar a los guardametas rivales, grandes estrellas cuando compiten contra los asturianos. Si en Miranda brilló Raúl Fernández; ahora era Herrero quien dejó boquiabierto al campo entero.
Los guantazos de Herrero anularon un arranque prometedor. Y los gijoneses sintieron que su momento se había esfumado. El encuentro se metió en una de esas fases ásperas, tediosas, que echan al espectador neutral y enfrían al local. Los andaluces se limitaban a estar ordenados, con las líneas muy juntas, y Baturina como si fuera una isla. No les preocupaba tanto intimidar; su plan era más bien contener daños. En definitiva, hacer un partido largo, y, si acaso, aprovechar los descuidos de la zaga gijonesa, acostumbrada a hacer concesiones en el último tramo del campeonato. Mientras que tras ese notable salida, a los de Albés se les atragantaba el partido. Ya no había el atajo de un balón largo a las piernas de Duba o Otero. Y todo era demasiado previsible El único que rompía líneas en conducción era el recuperado Guille Rosas. Y, si acaso, Gaspar. Pero con uno, o dos, no bastaba para salir de esa monotonía y de un juego dócil, fácil para los de Pellicer, que, tras verlas venir, comenzaban a avanzar.
Primero Herrero menguo el entusiasmo. Y una vez que sintieron menor el peso de El Molinón, se quitaron la careta. Así el partido se fue con un gris 0-0 al descanso. Spoiler: duraría unos segundos. Albés llamó a Gelabert en el entretiempo para desvestir el triangulo de arriba. Queipo, que no termina de soltarse como aquel chico que irrumpió, le dejó el extremo izquierdo. Ni siquiera estaban todos sentados en el estadio cuanto Baturina se sacó de la manga un golazo. Acababa de sacarse de centro. Y el delantero marcó un gol de 9: controló y apretó el gatillo. Así, de primeras. Así, sin dudar. Yáñez se estiró. En balde. 0-1. El estadio entró en combustión antes que en pánico. Porque además del resultado y la dinámica, el papel del colegiado (Muresan) también estaba incomodando. El colegiado dejaba jugar, en ocasiones demasiado. Cuando pintaban bastos, los gijoneses encontraron una rendija por donde colarse: inclinaron el campo a la izquierda para sacar ventaja a las incursiones de Pablo García, que ya era como un extremo. Puga solo contenía daños. Y por ahí llegaron dos situaciones que en otro momento del campeonato serían seguro goles, pero que la mala dinámica las empujó a la madera. Pablo García y Nacho Méndez estrellaron dos disparos en el travesaño.
Primero fue Herero, luego el larguero, y más tarde Montes quienes contuvieron al Málaga. El zaguero andaluz estiró el pie para impedir que un pase de la muerte de Cote alcanzase a Caicedo. Lo celebró con la misma euforia que el goleador Baturina. Pero ya no se libró de la tecnología. Muresan Muresan no apreció en directo cómo un balón peinado de Gelabert tras un saque de esquina le impactaba en el brazo a Molina. Pero González Esteban le llamó con urgencia desde el VAR. El colegiado miró la jugada con tranquilidad en la cámara. Pero señaló penalti. Ahí se retaban Campuzano y Herrero, frente a frente. El guardameta le aguantó, no se fue al suelo y se estiró para sacársela de encima. Pero Campu, tipo vivo, fue convencido a por el rechazo. Y las cosas se igualaron. Estallaba de júbilo El Molinón. Pero la alegría, en este momento de un curso que se complica, duró un par de minutos.
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El tiempo que tardó en desarmarse la zaga, tras una pérdida en la salida. Dioni, que llevaba un rato en el verde, la ajustó con enorme destreza en una esquina. No estaba en fuera de juego por centímetros. Y el Sporting se vio de nuevo ante sus infiernos. Ya solo quedaba el alargue. Eso sí, con un buen puñado de minutos. Hasta diez minutos se prolongaron. Mucho tiempo. De sobra para que Dioni pusiese patas arriba El Molinón, y dejase al proyecto tocado.
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