2024-10-12 09:00:00
“Los domingos a las 11 había misa y cuando acababa bajábamos corriendo de la iglesia para llegar al partido. Había muchísima gente. El cura, el padre Coll, se prestaba a acortar la misa porque él también venía al fútbol”, rememora Joan Sadurní (1968), exjugador, exentrenador y expresidente del Club Deportiu Borgonyà. El fútbol y la religión canalizaron durante años la vida de esta colonia textil nacida a finales del siglo XIX en la comarca de Osona, a los pies del río Ter. De la noche a la mañana Borgonyà, en el término de Sant Vicenç de Torelló, pasó de ser cuatro masías y una ermita a recibir más de 200 escoceses de la ciudad de Paisley.
Y desde las islas británicas llegó, también, el fútbol, tan ligado a la revolución industrial. En la primavera de 1895 se jugó el que ha pasado a la historia como el primer partido de la historia del fútbol catalán entre equipos de poblaciones diferentes: la Sociedad de Football de Barcelona y la Torelló Football Association, compuesta por trabajadores escoceses de Borgonyà. Se midieron dos veces, primero en el Velódromo de la Bonanova y después en Borgonyà, ambas con victoria del equipo local.
La colonia, Bien Cultural de Interés Nacional, pervive como un “museo al aire libre” y habitado por unas 300 personas, con calles de casas adosadas y unifamiliares de indudable aspecto británico y de nombres como Escocia o Paisley. En coche solo se puede entrar a la colonia por dos túneles estrechos que, en esencia, son túneles del tiempo.
En lo más alto de la fábrica ondea, como bienvenida al visitante, una gran bandera de Escocia, a la sombra de la chimenea. Mide casi 50 metros y se construyó en dos fases. En la colonia, todavía conocida por los más mayores como el pueblo de los ingleses, conviven dos leyendas: una dice que la iglesia rechazó que un elemento terrenal pudiera ser más alto y que cuando el campanario ganó altura se permitió que creciera la chimenea; la otra dice que la chimenea creció en cuanto falleció el obispo Morgades.
En 1924 se construyó el teatro y el campo de fútbol, que se inauguró el 12 de octubre. El centenario se celebrará este domingo con un partido de históricos del club. Habrá jugadores de más de 80 años. De césped natural, tan natural que algunos veranos acoge margaritas y algunos otoños acoge setas, está considerado uno de los campos más hermosos del fútbol catalán: hipnótico, cercado por árboles, de inequívoca inspiración británica, descansa encajonado entre el río que lo inundó en 1940, 1982 y 2018 y el canal que proveía la fábrica. “No sé si llegó algún día llegó a cumplirse, pero cuando la afición se enfadaba con el árbitro le gritaban que lo tirarían al canal”, ríe Jordi Rosanes (1961), centinela de la historia del club y también de la colonia: su padre fue el panadero y su abuelo fue el sereno.
Una joya
[–>
El club no se constituyó hasta principios de los 40, pero el Borgonyà reivindica una historia de más de 125 años que comienza con aquellos dos partidos de 1895 y que prosigue con la inauguración del campo. “Quizás por verlo tanto no le damos la importancia que tiene, pero tenemos una joya”, clama. Desanda el camino hasta la niñez: “Tengo grabado el olor del césped y del linimento Sloan. Era un producto que se utilizaba para hacer friegas a los jugadore”».
Sigue Sadurní: “De niños no podíamos entrar al campo. Era como un tabú, algo sagrado. Era un templo. Casi no te atrevías a acercarte. Y si algún día entrabas y te veía el presidente, el sereno o alguien así se cagaba en dios y te echaba de malas maneras”.
Tanta mística tiene el campo que no ha olvidado su primer partido: un 6-2 contra el Sant Julià de Vilatorta de infantiles, con dos goles suyos desde la defensa. “Fue tan emocionante jugar en este campo que me ha quedado para siempre. Cuando juegas aquí sientes una cosa especial”. Su padre y su hermano también son exjugadores y exentenadores del club. Fue presidente hasta hace dos años, cuando cedió el cargo a su hijo.
Es un equipo familiar que sobrevive como si fuera un miembro más de la familia. “Tengo una foto en el campo con mi padre, mi hermano y mi hijo. Todos con la camiseta. Es una cosa que sientes tuya. Es tu vida”, asiente Sadurní antes de enfatizar las palabras amor, esencia e identidad.
El club ha quedado como el símbolo de la colonia, cada año con menos servicios . “Los clubes de pueblos pequeños que solían ser nuestros rivales en la última categoría han ido desapareciendo. Aquí resistimos, pero cuesta pensar en quien lo puede coger para seguir”, aseguran al unísono.
El Borgonyà, ejemplo extraordinario de resiliencia, sobrevive con un presupuesto que no sobrepasa los 15.000 euros y un solo equipo. Llegó a vivir un lustro en Tercera Catalana, pero hoy es colista en Cuarta Catalana, la última categoría del fútbol territorial, con tres derrotas en tres jornadas. Las dos últimas temporadas tuvo por primera vez un equipo femenino e incluso recuperó el juvenil, pero era demasiado para su realidad. En el campo, sin plástico, todo piedra y madera, no hay focos: el equipo entrena en Sant Vicenç de Torelló.
Carácter tradicional
[–>
Si hablan del pasado irradian orgullo. Si hablan del futuro irradian temor, aunque parece difícil que el club pueda llegar a morir si es tan querido. Ninguno de los dos forma ya parte de la junta, pero Sadurní ayuda a su hijo con las cuotas de los socios, unos setenta: los hombres pagan 25 euros y las mujeres diez, en una clara prueba del carácter tradicional del club que admiten que debe corregirse. Y Rosanes, ya jubilado, comparte los resultados en Twitter.
Fue quien descubrió que el Borgonyà no viste de blanco y negro porque era el color de los hilos que producía la fábrica, como se creía, sino porque así vestía y viste el club de la ciudad de Paisley, el Saint Mirren: “Durante años busque algún equipo que se llamara Paisley FC o algo así. Pero nada. No había manera de encontrar el club de la ciudad. Hasta que un dia leí en algún periódico algo sobre el Saint Mirren, el equipo de Paisley. Eran los primeros años de internet. Abrí su web y fue blanco y en botella. Sus colores eran el blanco y el negro”. En 2018 el campo de la colonia quedó inundado y la afición del club escocés recaudó y envió 2.000 euros. El Borgonyà luce las banderas de Catalunya y Escocia en su camiseta. Unidas.
[–>
Son ya 100 años de campo y más de 125 desde aquellos dos partidos, pero el corazón del Borgonyà sigue latiendo. “El blanco y el negro nos tira y nos tirará siempre”, dice Rosanes. El hilo blanco y el hilo negro han cosido, cosen y coserán siempre la historia de Borgonyà.
Abonnez-vous pour continuer la lecture
#Borgonyà #ans #football #dans #région #dOsona
1728732609