2025-01-13 07:00:00
Cómo puede cambiar la vida en una semana. Solo son siete días, pero aquí en Arabia han parecido una vida. Y si no que se lo digan al Barça. El conjunto azulgrana aterrizó en Yeda el pasado lunes envuelto en una tormenta mediática perfecta, todavía sin conocer aún la resolución del CSD sobre la inscripción de Dani Olmo y Pau Víctor.
Cuando el balón todavía no había empezado a rodar, más polémicas. Desde declaraciones incendiarias del capitán Raphinha, asegurando que si fuera un jugador que tiene que fichar por el Barça se lo pensaría, hasta la dimisión de un vicepresidente, Juli Guiu, pasando por un alud de comunicados en contra de sus rivales cuando por fin el Consejo Superior de Deportes concedió la cautelar al club. Sin justificarlo, parece normal que Laporta estallara con un corte de mangas que pasará a la historia y su reacción posteriro en el palco. Pocos podrían aguantar tanta presión.
Sin embargo, una vez en el césped, nada de lo que ha rodeado al equipo ha importado, porque el Barça ha bailado estos días al ritmo de un niño privilegiado de 17 años cuyo destino es marcar una época en este deporte y, al final, por mucho que no empeñemos, el fútbol se trata de que la pelota entre, y si es con arte, mejor. Para los que dudaban sobre su estado físico tras la lesión, ya lo dejó intuir en semifinales, pero en el clásico reafirmó la realidad de lo que estamos a punto de presenciar durante muchos años. Darle un balón a Lamine, un pincel a Da Vinci o un puntero a Miguel Ángel. Qué afortunados que somos de que al primero podremos verle cada semana.
Una Supercopa liberadora
La imagen de Joan Laporta de rodillas sobre el verde del King Abdullah alzando el trofeo rodeado de todo el equipo resume de la mejor manera lo que ha significado esta Supercopa para el Barça. Con una semana de tensión acumulada por las inscripciones, la amenaza de inhabilitación al presidente, el contraataque jurídico de LaLiga y los clubes por el ‘caso Olmo’ y el futuro de Araujo en el aire, la manita al Madrid y la conquista del título es un guantazo con la mano abierta, y nunca mejor dicho, para apartar todos los males que han acompañado al club en Arabia.
Lo necesitaba el equipo y lo necesitaba el barcelonismo, incapaz de digerir semejante pastel de información que genera cada día este gigante de lo bello y de lo absurdo que es el Barça. Ayer, en Yeda, con la exhibición de Lamine Yamal y su generación sobre el césped de Arabia, solo importó lo que nos hizo enamorarnos un día de este deporte: el balón.
Correctivo a un Madrid ‘desnudo’
El Madrid, por su parte, se va muy tocado de una Supercopa que, como dijo Ancelotti en la previa, puede marcar el rumbo de lo que queda de temporada. Los blancos llegaron en mitad de un nubarrón de polémica por la sanción a Vinícius y vuelven a España con una sensación de equipo descosido.
Ni la casta ni el orgullo sacó el conjunto madridista ante un Barça que jugó con diez jugadores durante 40 minutos en la segunda mitad de la final y que desnudó a los blancos. Aunque los síntomas de mal juego se arrastran desde finales del año pasado y también se vieron en semifinales ante el Mallorca, un hecho que quedó escondido bajo el engaño del resultado y la tangana entre ambos equipos.
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El Madrid nunca muere y qué grave error sería enterrar a los de Ancelotti por perder una final de Supercopa, pero será mejor que el italiano encuentre pronto la fórmula para hacer funcionar de forma regular a un equipo que, de momento, ya no conseguirá el Septuplete con el que tantos soñaban en la capital.
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