2024-12-27 17:53:00
LaLiga para durante las fiestas navideñas, pero disponemos de alternativas para enfermar la mente y el cuerpo. Pasé el día 25 simulando que me interesa la NBA, gracias al Christmas Day, y el 26 repetí maniobra con la Premier y el Boxing Day. En ambos casos me daba igual quién ganara, en ambos casos me aburrí bastante y en ambos casos después sentí que había perdido el tiempo. Sencillamente genial: es justo el tipo de experiencia que quiero.
Además, simular interés por cosas que no me importan en absoluto es una de las virtudes que más aprecio. Sin duda, esa capacidad es la base de mi relación con Delia. De la misma manera que ahora aparento interés por el abuso de los lanzamientos de triples, el futuro del baloncesto o la caída del Manchester City, para no decepcionar como periodista deportivo, durante mucho tiempo fingí devoción por las películas de Tim Burton, los espacios de arte contemporáneo o los flequillos.
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Como sea, durante estos días ha asomado en casa lo que ya podríamos llamar nueva tradición familiar. Está germinando: es el segundo año que nos ocurre. Esta tradición radica en que Papá Noel regala a mi hijo Teo el videojuego de fútbol que no se llama FIFA pero todos siguen llamando FIFA.
El caso es que Teo coge con ganas el FIFA y me pide que juguemos los dos contra la máquina. Empezamos bastante bien, estrechando lazos padre e hijo, pero luego lo estropeo. Se me va de las manos lo del FIFA, porque soy un poco picao jugando al FIFA. Al contrario que en la vida real, tengo que simular que no me importa perder al FIFA, pero a medida que pasan los partidos no se lo cree ni mi hijo. Y se va a la cama y me quedo solo en el sofá, con una adicción encima.
La adicción va de jugar una Liga al máximo nivel de dificultad. A ser posible tras editar y ajustar uno a uno nombres, atributos y dorsales de cada uno de los futbolistas como si fueran mis amigos. Estoy durmiendo poco, obvio. La otra noche se me hizo de día. Llegué a la cama, cerré los ojos y veía imágenes del FIFA. También me duelen los huesos de los dedos, me pinchan.
Al tercer día alcanzamos un punto a priori insospechado: Teo ya no quiere jugar al FIFA. No quiere ni verlo. Mi hijo me rehúye y se dedica a sus movidas, y le tengo que decir:«Pero Teo, juégate un FIFA o algo». Y él que no. El tío se pone a leer, a hacer los deberes o a jugar con su hermano pequeño mientras yo insisto –«pero un partido solamente, hombre, uno rápido»–, y él que no, que nada. Estoy cerca de castigarlo por no jugar. Su cordura me humilla. Qué se habrá creído el niño.
Ahora mismo admito que estoy en un momento crítico. Escribo esto a toda prisa para encender la consola y jugar un ratito. Rezo para que en este segundo año ocurra como en el primero, y me cure antes de volver al trabajo. Pasé unos días así, abducido. Venía Teo de vez en cuando y me decía : «Papá, no juegues más». Mi propio hijo mirándome muy serio y diciendo «papá, no juegues más». Bastante duro.
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Me salvó la pereza, como tantas veces. Desperté un día y habían cambiado de juego mis hijos. Por no levantarme del sofá para quitar el Mario Kart, no volví a jugar. Hasta el próximo FIFA, curado, sin recaídas.
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