2024-03-10 17:40:24
Pekín atenderá las elecciones estadounidenses con el sosiego del que se juega poco porque las fricciones están garantizadas. El debate en Washington sobre si China es un socio o rival quedó enterrado años atrás y ahora republicanos y demócratas sólo se ponen de acuerdo en ponerle palos en las ruedas para retrasar el inexorable ‘sorpasso’. Las tensiones no han escaseado durante las presidencias de Donald Trump ni Joe Biden y la experiencia permite afinar los pronósticos: guerras comerciales con el primero, acoso geopolítico con el segundo. El menos malo, probablemente, es Trump.
Trump alcanzó la presidencia tras una campaña sinófoba sin precedentes y le descolgó el teléfono a la presidenta taiwanesa en el primer día en la oficina. Emprendió una guerra comercial que castigó a China, a las cadenas de suministro globales y, especialmente, a Estados Unidos: le costó casi 200.000 millones de dólares, según el ‘think tank’ conservador American Action Forum, y 245.000 empleos, de acuerdo con el Consejo de Negocios USA-China.
Pero Trump dejó de incordiar con Taiwán, no insistió en las violaciones de derechos humanos y la imprevista sintonía presidencial mantuvo siempre las tensiones en magnitudes manejables durante aquellos tiempos de crecientes aranceles recíprocos. “Me gusta mucho el presidente Xi, siempre fue un buen amigo en ese tiempo”, recordaba recientemente. La pandemia acabó con todo. Trump culpó a China para tapar su incompetencia cuando los muertos se le amontonaron y todos los vínculos quedaron rotos.
La llegada de Biden
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China respiró cuando llegó un presidente sin sus ventoleras. Las dos potencias recuperaron el diálogo con Biden y pactaron zonas de cooperación. Ahí acaban las buenas noticias para Pekín, que le ha culpado de capitanear una coalición occidental para frenar su auge. Sus esfuerzos por recuperar el centro de la escena global que Trump desdeñaba ha complicado la vida de la diplomacia china. A los aranceles heredados ha sumado barreras a los bienes tecnológicos, ha fortalecido las alianzas de defensa en el patio trasero chino y multiplicado sus vínculos con Taiwán. Sólo la romería de altos cargos de la Casa Blanca a Pekín y la reunión de Biden y Xi en San Francisco trajeron algo de calma tras el globo chino presuntamente espía derribado por un caza estadounidense.
Trump ha prometido nuevos aranceles del 60% a las importaciones chinas. Si lo cumple, y no es un condicional irrelevante, castigará tanto la economía propia como la ajena. Pero el regreso del aislacionismo y su ‘América, lo primero’ permitirá que China respire en Asia, acreciente su influencia global y lidere asuntos tradicionalmente gestionados por Washington. Pekín ya ejerció durante su anterior mandato de paladín del libre comercio y el cambio climático porque, en su opinión, el calentamiento global es una “mentira china para frenar” la industria estadounidense.
Trump jubiló el Tratado de Colaboración Transpacífica, el mayor legado de Obama en comercio internacional, y ha avanzado que el Tratado Económico del Indo-Pacífico, liderado por Biden, “morirá” cuando entre en la Casa Blanca. También ha avanzado aranceles para las importaciones europeas y advertido de que no defenderá a ningún país de la OTANque no destine el 2% de su PIB a Defensa. Son comprensibles los sudores fríos de Bruselas cuando trona la guerra en Ucrania.
“Falta de principios”
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“La ventaja de Trump es que destruye las alianzas, en contra de la política de Biden. Y eso ocurre tanto en Europa como Extremo Oriente, así que parece más favorable para China. Pero es un peligro por su falta de principios y sus caóticas políticas porque Pekín valora las políticas estables y predecibles”, señala Stanley Rosen, profesor de Ciencia Política en el Instituto Estados Unidos-China de la Universidad de Carolina del Sur.
“Quizá Trump es mejor para China a largo plazo porque hace que los aliados de Estados Unidos se cuestionen si la volatilidad de sus políticas imposibilita confiar en cualquier presidente ya que no es posible saber si el siguiente mantendrá sus promesas”, añade. Los nacionalistas chinos hablan de Trump en las redes como el camarada ‘Chuan Jianguo’, aludiendo a que hará fuerte el país de nuevo. A China.
Wang Yi, ministro de Exteriores, quiso tranquilizar a la audiencia de la reciente Cumbre de Seguridad de Múnich. Su país es “sólido y responsable” en este mundo cambiante, una “fuerza para la estabilidad” frente a las turbulencias. No hizo falta que aclarase que aludía a Donald Trump, cuyo más que probable regreso a la presidencia agitará aún más un mundo ya convulso. Y China, como ya ocurrió en su anterior mandato, se ofrece como flotador en la tormenta. La prensa nacional presenta a Trump como una oportunidad para que la Unión Europea se aleje de Washington y adopte una política autónoma.
Gane Trump o Biden, es seguro que Estados Unidos seguirá careciendo de una respuesta sensata contra el auge chino más allá de la hostilidad, ya sea comercial o geopolítica. Y el tiempo se agota. Henry Kissinger advirtió meses atrás, poco antes de morir, de que apenas disponen “de cinco a diez años” para resolver sus diferencias para evitar el desastre.
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