2024-08-21 10:02:07
Esas 40 cajas alojan ocho décadas de historia china contadas por un testigo privilegiado y un tribunal de California decide desde este martes su destino: ¿Una universidad estadounidense o Pekín? Son los diarios de Li Rui, secretario personal de Mao Zedong: liberal y reformista, lenguaraz hasta lo imprudente y sólo salvado por sus impolutas credenciales revolucionarias. Del Gran Timonel dijo que despreciaba las vidas humanas; de Xi Jinping, presidente actual, que su educación era pobre y había copiado el culto a la personalidad maoísta. Li fue un verso libre hasta su muerte en 2019 a los 101 años.
Fue entonces cuando su viuda, Zhang Yuzhen, pidió la devolución de los escritos a la Universidad de Stanford. Ahí habían sido enviados por su hija, Li Nanyang, residente en Estados Unidos y feroz crítica del Partido Comunista, quien durante años había escaneado, transcrito y catalogado las páginas paternas. La decisión es compleja por la falta de testamento. Alega la hija que Li habría querido que sus escritos fueran protegidos de China y no le falta razón: el Partido prohíbe las relecturas críticas y el “nihilismo histórico” impuesto por Xi aún ha menguado más el margen. Responde la viuda que ella es la legítima propietaria de esos escritos y tampoco le falta razón: esos desordenados diarios alternan pasajes políticos con detalles sobre su vida personal. El acceso público a esos documentos, sostiene, le genera “bochorno personal y angustia emocional”.
Zhang ha visto su reclamación recogida por tribunales chinos pero el centro docente estadounidense alega que ni siquiera tuvo la oportunidad de defenderse y que la falta de división de poderes en China sugiere la mano política. Con esta demanda pretende que la justicia de su país le declare como el legítimo propietario de los diarios y zanje una batalla judicial de un lustro. Un vistazo revela el desequilibrio de fuerzas: a un lado, una prestigiosa universidad estadounidense; al otro, una viuda casi nonagenaria. La factura de los abogados, difícilmente costeable con sus ingresos, empuja a algunos a pensar que detrás está el Partido Comunista y su voluntad de silenciar su pasado menos lustroso. Ella lo ha negado. Sólo quiere los originales y permitirá que el centro los fotocopie.
Un año junto al Gran Timonel
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Los diarios cubren desde 1935, cuando el veinteañero idealista se afilió al partido, hasta su muerte. Li nació en 1917 y trepó rápidamente en su jerarquía después de su llegada al poder en 1949. Mao le nombró secretario personal en 1958 tras escuchar su briosa oposición a la construcción de una presa en el río Yantzé. Apenas disfrutó un año del cargo. Criticó el Gran Salto Adelante, una calamitosa campaña maoísta que mató a decenas de millones de chinos por hambre, y acabó en Qincheng, la cárcel de alta seguridad para mandatarios caídos en desgracia. Ahí pasó ocho años en confinamiento solitario.
Sólo tras la muerte de Mao en 1976 y su relevo por Deng Xiaoping, arquitecto de la apertura económica, fue recuperado por el partido. Lideró el Departamento de Energía Hidroeléctrica y el órgano que seleccionaba a los funcionarios más capaces para los cargos de responsabilidad. Entre las diversas sensibilidades del partido siempre se alineó con la liberal y reformista. “Escribí una carta a los líderes del partido pidiéndoles que no impusieran la ley marcial y que no dañaran a los estudiantes. Siempre que hay un choque entre el partido y la humanidad, me decanto por la última”, dijo en una entrevista a la prensa occidental sobre la represión de Tiananmén.
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Disfrutó en los últimos años de una libertad inédita en un partido que lo respetaba por su rol germinal y a la vez lo silenciaba. Sus cinco libros sobre Mao han sido censurados en China y la publicación progresista en la que vertía sus anhelos de un sistema socialista a la europea fue silenciada. Pero nunca renunció al carné del partido que ha capitalizado las glorias y desastres del país en la historia moderna, más preocupado por su reforma que por su extinción, y recibió un funeral de Estado. Sus complejidades y matices, tan raros en una organización que exige la obediencia ciega, explican que Estados Unidos y China se peleen hoy por su memoria.
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