2025-01-01 07:00:00
Hugo ‘Cholo’ Sotil Yeren. Pronuncio su nombre completo, porque así es como lo recuerdo, y como si fuera una contraseña me abre la compuerta de mis recuerdos de infancia. Cuando llegó a Barcelona en 1973, a mis 10 años, yo todavía no sabía nada de fútbol, es probable que ni siquiera viera muchos partidos del Barça, pero Cholosotil —dicho de corrido— me parecía un nombre de fantasía, incluso más que el de Johan Cruyff que entonces estaba en boca de todos.
Con mis primeros cromos le puse cara y lo humanicé: me parecía el hermano mayor de uno de esos indios peruanos que ayudaban a Tintín en sus aventuras andinas en ‘El Templo del Sol’. Todavía guardo su cromo en algún cajón, salvado con otros jugadores del Barça del álbum de la liga 73-74 que no llegué a completar. Otro recuerdo que va ligado a esa época: mi tío Anton, en la Bisbal del Penedès, era amigo de juventud de Sadurní. Un día, cuando visitaba a mis tíos en su panadería, me presentaron al gran portero de l’Arboç para que me firmara un autógrafo y de los nervios me puse a llorar. Fueron mis primeras lágrimas como culé.
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De la fantasía a la imaginación
Pronto vinieron más lágrimas, más piel de gallina, a menudo simbólicas y metafóricas, y aquí tengo que pensar en el sucesor del Cholo Sotil, su recambio involuntario: Johan Neeskens. Fue él quien me hizo pasar de la fantasía a la imaginación. Ahora ya conocía al futbolista por su forma de jugar y en los partidos de la calle intentaba imitarlo con las medias bajadas. Años después, la memoria me llevó a rendirle un homenaje en un cuento, ‘Los niños’, solo para poder escribir la palabra ‘cañardo’ (su potencia al chutar).
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El 2024 se ha llevado a mis dos primeros ídolos del fútbol inesperados, ambos a la sombra de Cruyff: Neeskens y Sotil. Una vez, tomando unas palabras de Martin Amis sobre la vida de los narradores, escribí que los futbolistas mueren dos veces: una cuando termina su fútbol y se retiran, otra cuando fallecen de verdad. Pero a menudo les sobrevive el recuerdo de su juego, sus goles, su carisma en el campo: son anzuelos que nos ayudan a pescar en nuestra memoria íntima.
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