2024-06-24 06:05:41
Se perdió una oportunidad pero el siguiente intento de subir a Primera ya está en marcha. Se lo dijeron a los jugadores azules alrededor de medio millar de aficionados que les esperaron en el Carlos Tartiere tras la dolorosa derrota del Oviedo por 2-0 en el campo del Espanyol, en Barcelona, en el último partido de la temporada, el que podía haber culminado un regreso que, de cualquier manera, es imparable.
Llegaba una plantilla deshecha por el dolor de haber desperdiciado el 1-0 del partido de ida en el Tartiere de la final del play-off de ascenso, pero ni mucho menos se encontraron lágrimas en el recibimiento, por supuesto ningún reproche, tan solo orgullo, el que siente el oviedismo por un equipo que ha estado a punto de lograr el regreso más esperado, ese que lleva más de dos décadas esperándose y que, por el camino, ha tenido más amarguras que alegrías como las que se han llevado esta temporada.
La hora, el día, da un poco igual cuando hay un sentimiento tan fuerte como el que tiene el oviedismo por su equipo. Y más si lo que toca es pasar un duelo tan bello, una decepción tan gloriosa como la que esa gente, en su mayoría muy joven, sin recuerdos del Oviedo en Primera, ha experimentado con el equipo de Carrión. Sobraron tres minutos del final de la primera parte, pero todo lo demás fue bueno y demostró que este club está más vivo que nunca, que tiene un futuro espléndido.
Conforme se acercaba la hora de llegada del equipo, que estuvo en torno a las 3 de la mañana, se fue congregando cada vez más gente en las inmediaciones del Tartiere, jóvenes, niños y mayores, daba igual en una ocasión como esta. Que los sueños dibujaban una situación diferente, de éxtasis absoluto, no impidió que el ambiente fuera de optimismo, hasta de cierta alegría por haber estado en esta aventura, en un recibimiento que fue diferente a los anteriores no por el resultado sino por la seguridad desplegada en la zona. La posibilidad de un ascenso, la entrada de la gente en el interior del parking del Tartiere en las celebraciones inmediatamente anteriores, llevó a que se tomaron medidas, con muchos más efectivos de la Policía Nacional y que con la zona de entrada vallada para evitar que la gente se colara en el interior para recibir a los héroes, esta vez caídos.
Pero al oviedismo eso le dio igual, tan solo querían ver llegar a los suyos, animarlos, decirles que cayendo así no hay reproche alguno. Y así lo hicieron. El mayor, el joven y el más pequeño. De nuevo la llegada del autobús disparó el entusiasmo, encendió las bengalas, explotó los petardos, y desató la emoción, aunque en esta ocasión el vehículo entrara sin el acompañamiento de una masa de gente a su lado por las vallas que les separaban. La imagen, conmovedora, tuvo que remover el sentimiento de los protagonistas, a los que esperaron a que salieran en sus coches particulares para, como siempre, jalearlos, especialmente a Cazorla y al entrenador, Luis Carrión, pase lo que pase a partir de mañana.
Las lágrimas ya estaban secas y ni siquiera Daniela Suárez, de 9 años, estaba cansada. “Hasta las 5 de la mañana me quedo si hace falta”, decía la joven ovetense, acompañada de su madre, Nerea, que sonreía ante el entusiasmo de la pequeña: “Su padre es del Sporting y yo del Madrid, ha sido ella la que nos ha traído hasta aquí”, explicaba. Lloró mucho Nerea cuando vio que no había ascenso, pero se repuso y quiso ir a recibir a los jugadores. “Fue la que más gritó animando a Cazorla”, apostillaba la madre.
Los primos, Alexander Rodríguez y Jonathan Collada, se atribuían cierta responsabilidad en el oviedismo de la pequeña. “Muere por el Oviedo”, decían. Y ella, de la hora, del cansancio, del sueño decía que tanto le daba ocho que ochenta: “Me da igual”. Vieron el partido en Vallobín, en el “Taza y media”, local de Yenea Niembro, que también estaba allí con ellos.
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No hay duda de que esto es el principio, de que Nerea tendrá ocasión de vivir la fiesta completa, de que ese Oviedo que tiene pendiente el regreso a Primera desde hace 23 años terminará consiguiéndolo. “Volveremos”, cantaban los aficionados en el Tartiere. Un grito que ha estado a punto de hacerse realidad y un sentimiento que está más fuerte que nunca.
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