2025-03-08 22:18:00
Lady Gaga viene de alternar una serie de pasos en falso y algunos aciertos: del pinchazo del filme ‘Joker: folie à deux’ y, con él, de su colección de ‘remakes’ swing, al dueto con Bruno Mars en ‘Die with a smile’ (número uno en 28 países), por ceñirnos a sus últimas andanzas. Esta balada lanzada el pasado agosto ayuda ahora a impulsar ‘Mayhem’, y la vemos incluida en el ‘tracklist’ y cerrándolo, aunque poco tenga que ver con el tono del álbum: manda aquí un regreso a los viejos tiempos, los del himno ‘dance’ orgulloso y contrahecho, la electrónica gruesa y cierto eco feísta.
‘Mayhem’ significa ‘caos’ o ‘alboroto’, concepto que flota en este cancionero de tendencia estridente. Cabalgan los estribillos invasivos uno detrás de otro, y los brochazos de sintetizador, los sarpullidos electroclash y el ritmo de bombo a negras. Los graves distorsionados, casi industriales, que abren el disco con ‘Desease’, y el bombeo rítmico de disco-diva poligonera de ‘Abracadabra’, una de las piezas más fulminantes del paquete. Y ‘Perfect celebrity’, otro número con ‘punch’ e injertos de actitud rock’n’roll, donde ella establece sus reglas con el mundo: “Te encanta odiarme / soy la perfecta celebridad”. Y hay que hablar de ‘Killah’, dueto con el francés Gesaffelstein, con ese aleteo de guitarras ‘funky’ a lo Prince. En los créditos de producción figura Andrew Watt, el cómplice más reciente de Iggy Pop y los Stones.
Primera mitad arrolladora
Este es un disco que mira hacia la versión original de Lady Gaga, a su período imperial (de ‘The fame’, 2008, con su apéndice ‘Monster’, a ‘Born this way’, 2011) y que con ello revela cierta impotencia existencial, pero lo cierto es que la primera mitad funciona. ‘Garden of Eden’ es un artefacto un poco patillero que toma ingredientes de ‘Bad romance’ y ‘Poker face’, pero ‘Zombieboy’ te empuja a la pista de baile con su irresistible dinámica muy Madonna-Nile Rodgers. Incluyendo un fugaz solo metalero a lo Eddie Van Halen-Michael Jackson. Sí, los 80 planean en varios momentos del álbum, también en ese ‘Lovedrug’ en el que Lady Gaga parece reencarnarse en Pat Benatar. A partir de ahí, la tensión decrece, y llegas a toparte con un baladón plúmbeo como es ‘The beast’.
En fin, que ‘Mayhem’ es una obra que, pese a su irregularidad, suministra unas algunas canciones que bien podrían colarse en un futuro ‘greatest hits’ de la artista (sobre todo, si es doble). Es una vuelta a la discoteca, de un modo más crudo, sucio, neoyorquino, que en el esbelto ‘Chromatica’ (2020). Lady Gaga todavía con vestida para dominar, recordándonos que ella fue pionera en demostrar que se podía ser estrella pop ‘mainstream’ desde la rareza y el extremo. Aunque ya sabemos que la maniobra del regreso a las raíces, un clásico, suele ser una señal de que algo no ha ido del todo bien. Jordi Bianciotto
Otros discos de la semana
Leyenda incontestable del rock alternativo, el exlíder de Hüsker Dü (y Sugar) demuestra con su decimoquinto disco en solitario que a los 64 años sigue siendo un artista relevante y hasta necesario. En su habitual formato de power trío, Mould se enfrenta a las turbulencias políticas de estos días con una estimulante mezcla de ira y emoción, generosa en estribillos arrebatadores (el tema titular), ganchos melódicos (‘When your heart is broken’) y furia pop-punk (‘Hard to get’). Rafael Tapounet
El exmiembro de Drive By Tuckers entrega su primer disco en solitario, literalmente: ahí están su voz y su guitarra acústica Martin, desenganchadas de su muy consolidado grupo de apoyo, 400 Unit. Se siente la cercanía de esa voz que no solo cuenta historias íntimas con pulcritud, sino que entona con calidez, aullando por las heridas del corazón o ironizando sobre la industria turística de Nashville. El ‘Nebraska’ particular de Isbell, directo a la esencia. J. B.
Va a nombre del músico de más rango, el batería Billy Hart. Pero esto es un grupo, con todas las letras y en mayúsculas. Tras dos décadas juntos, el pianista Ethan Iverson, el saxofonista Mark Turner, el contrabajista Ben Street y Hart son la definición de lo que debería ser hoy una banda de jazz. Un sonido que se reconoce a la primera, una identidad colectiva en la que al mismo tiempo se oye cada voz. La del Billy Hart Quartet es sofisticada, sutil, abierta de miras, arraigada en la tradición sin nostalgia y, en piezas como ‘Showdown’, una auténtica delicia. Roger Roca
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