2025-03-09 09:00:00
“Una Semana Santa trabajé en una entrada de Rupit, en la carretera. Cuando el pueblo estaba demasiado masificado, demasiado lleno de pijos me llamaban y tenía que parar a los coches y enviarlos hacia otro sitio”, ríe Roger Fontserè (Manlleu, 2001). Es uno de los capitanes de la renacida Unió Esportiva Rupit i Pruit, el equipo de uno de los pueblos más pequeños de toda Catalunya con club de fútbol. Esa es la compleja realidad del que ha sido considerado el pueblo más bonito del mundo por la Organización Mundial del Turismo, ubicado en la comarca de Osona: cada día tiene más turistas, pero cada día tiene menos gente: 281 habitantes en 2024 según el IDESCAT.
“Antes había mucha gente. Ahora somos la mitad. Y muchos más viejos que niños. Cuando yo iba a la escuela bajaba la calle andando y había gente en cada puerta. Ahora ya no. Ahora ya no. Ha cambiado“, suspira Ramon Pons (Rupit, 1947). Fue más de una década presidente del club, que se fundó en 1980. El primer campo estaba en el aparcamiento que hay al principio del pueblo: si los días de partido había algún coche despistado lo apartaban a peso entre los jugadores. Estaba junto al río y había una barca para ir a ‘pescar’ los balones que caían al agua o al otro lado de la riera. “Primero era de remos y luego le pusieron un pequeño motor”, asiente Jaume Font (Barcelona, 1962), el actual secretario. Sus padres descubrieron Rupit en 1944 y jugó en el primer equipo de la historia del club: “Todo el equipo era de Rupit excepto yo”.
En pueblos vecinos
La despoblación rural fue cambiando el ADN del equipo y obligó a buscar jugadores de pueblos vecinos para completar la plantilla. Pronto tuvieron que ser mayoría para que el club pudiera sobrevivir: en 2023, por ejemplo, solo había 21 hombres entre los 20 y los 39 años en Rupit. Prosigue Pons: “Yo trabajaba de camionero y me levantaba cada día a las 4 de la mañana, pero muchos días a las 10 o las 11 de la noche estaba picando timbres en Manlleu. ‘Ring, ¿quieres venir a jugar a Rupit?“. Cada vez costaba más encontrar jugadores. El destino del club estaba escrito y el triste final acabó llegando en 2015. Supuso una pérdida más para un pueblo que con los años ha ido perdiendo gente y en definitiva vida como tantos otros, víctimas de una agonía lenta. Pons reconoce que sintió mucha pena.
“Aquí los deportes siempre han sido difíciles de mantener en el tiempo. Antes del fútbol había ping-pong y ajedrez, pero siempre ha costado mucho. Porque en un pueblo pequeño hay muy poca cantera y además en el fútbol necesitas 18 o 20 jugadores”, destaca Albert Solà (Rupit, 1957). Estuvo tres décadas en la junta. “Éramos conscientes de que algún día se acabaría. Lo que no nos esperábamos era que habría un grupo de jóvenes, todos de fuera, que serían capaces de hacer que Rupit volviera a tener equipo de fútbol”, añade.
El club resucitó en verano de 2023 gracias a un grupo de amigos de otros pueblos de Osona que querían jugar juntos en un equipo. “Algunos ya lo habían dejado y los otros estábamos en ese punto que ya no te interesa tanto y piensas que ya no tienes edad. Empiezas a trabajar y cuesta más verte con tus amigos. Y dijimos: ‘Vamos a intentar juntarnos otra vez. Si no lo hacemos ahora no lo haremos nunca’“, añade Fontserè, hijo de Manlleu como la mayoría del equipo y uno de los impulsores de la iniciativa. Pol Berrio (Torelló, 2001) desenterró las botas del armario: “Si no hubiera sido para jugar con amigos no habría vuelto”. Una vez vieron que podían ser suficientes jugadores llegó el siguiente dilema. Encontrar un club, un sitio que no exigiera más compromiso del que se podía ofrecer y que a la vez permitiera sentirse a gusto.
Un amateur de Rupit. / Cedida
Y alguien pensó en Rupit, huérfano de fútbol desde hacía años: incluso el campo se había llenado de flores. Hablaron con el ayuntamiento y el club recobró el pulso, gracias a la ayuda anímica y económica del pueblo. “El hecho de representar un pueblo aunque no sea el tuyo es bonito. Y sentimos que estamos haciendo una cosa buena. Cada vez vamos más hacia las cosas grandes y hacer volver a nacer el equipo de un pueblo pequeño que puede ser muy bonito y muy turístico, pero que no tiene gente es bonito. Con el club de futbol no haremos que el pueblo se llene de niños ni mucho menos, pero se da un poco de vida al pueblo”, reivindica Fontserè.
Coge aire y continúa: “Rupit está lejos y claro que a veces da pereza ir hasta ahí, pero compensa. Por la parte de juntarte con tus amigos, porque al final el fútbol es una excusa, y por la ilusión que ves en la gente mayor del pueblo. Nos impacta ver que les emociona tanto. Hay gente que viene a cada partido y si les haces hablar tres o cuatro frases de más ya se les humedecen los ojos. A mí me compensa y no lo cambiaría por nada”. En su foto de perfil luce la camiseta del Rupit. Pasean su nombre por toda la comarca.
Tanto compensa que incluso los lesionados van a los entrenos: son los que cocinan la cena de los viernes. El presidente, Enric Colom, tiene un restaurante y les lleva carne o embutidos y pan y tomates. “Habrá un día que volverá a costar, pero creo que hay un proyecto para aguantar bastantes años”, celebra Colom (Pruit, 1971).
El fútbol se ha convertido en “un punto de encuentro” para el pueblo, apunta Font. Él fue el único jugador forastero del primer Rupit y su hijo, Guillem, podría ser el primer jugador local de este segundo Rupit, en cuanto deje atrás una lesión de rodilla que aplazó este momento tan esperado. Repite que haber recuperado el fútbol es una alegría. “Es brutal, brutal”. Y en la grada se ve alguna bufanda con un lema inequívoco: Hi tornem a ser.
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