2024-10-02 21:00:40
El Joker ya era uno de los villanos más icónicos de la historia del cine antes de que Joaquin Phoenix le diera vida por primera vez en ‘Joker’ (2019). Sin embargo, hay algo acerca de aquella versión del personaje que multiplicó con rotundidad el poder de atracción que ejerce sobre el público y, paralelamente, su potencial para provocar coulrofobia, el miedo a los payasos. A diferencia de sus apariciones cinematográficas previas, que no se habían molestado en explicar su tránsito al lado oscuro ni el motivo de su psicopatía o sus impulsos criminales, la película de Todd Phillips se inspiró en las ficciones de Martin Scorsese -concretamente en ‘Taxi Driver’ (1976) y ‘El rey de la comedia’ (1982)- para sugerir que la maldad del personaje era consecuencia inevitable da los abusos psicológicos constantes que había recibido por parte de una sociedad carente de compasión. Y aquella teoría hizo que cundiera el pánico moral entre quienes la interpretaron como una apología de la violencia, y temieron que la furia nihilista del antihéroe encarnado por Joaquin Phoenix se convirtiera en modelo de conducta por parte de la comunidad ‘incel’ o de cualquiera que se sintiera maltratado por este mundo injusto.
Al final, por fortuna, ‘Joker’ resultó no ser un peligro público sino, simplemente, un éxito de taquilla apabullante. Pero eso no ha impedido que ahora la secuela ‘Joker: Folie à Deux’ trate de funcionar, al menos en parte, a modo de refutación a su predecesora o, más bien, a aquellos que vieron en ella lo que no era. En la nueva película, también dirigida por Phillips y concebida a la manera de un musical, el paria Arthur Fleck -así se llama realmente el villano- se ha convertido efectivamente en fenómeno cultural e ídolo de masas pese a que, como él mismo llega a confesar llegado el momento, jamás pretendió ser ejemplo de nada y no se siente cómodo siéndolo. En otras palabras, si la primera película pareció hallar cierto heroísmo en las andanzas de Fleck, esta continuación se fija solo en su patetismo.
Se trata de una nueva transformación por parte de un personaje que no ha dejado de reinventarse desde que nació en 1940 dentro de las viñetas dedicadas principalmente a su archienemigo Batman. A lo largo de las décadas, cada uno de los avatares cinematográficos del personaje se ha presentado dotado de sus propios métodos y objetivos, y encarnado por su propio actor. En ‘Batman: la película’ (1966), César Romero lo convirtió en algo parecido a un ‘cartoon’ de carne y hueso, y en una celebración andante de lo ‘kitsch’; interpretado por un pletórico Jack Nicholson en ‘Batman’ (1989), Joker fue a la vez asesino despiadado, bromista incorregible, romántico empedernido y ‘showman’ infalible; en ‘El caballero oscuro’ (2008), Heath Ledger lo sacó del territorio del ‘camp’ para erigirlo en la personificación misma del caos, un auténtico anarquista que esquiva cualquier intento de psicoanalizarlo o de buscarle motivaciones; y representado por Jared Leto en ‘Escuadrón suicida’ (2016), era poco más que una colección de ínfulas de malote. Lo que distingue a todos esos burlones de Arthur Fleck, decimos, es que en las dos películas que protagoniza él busca nuestra comprensión, y se reivindica como víctima reconvertida en monstruo a causa de una combinación letal de enfermedad mental y rechazo social.
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Todos ellos, en cualquier caso, sirven para respaldar el argumento que resulta más convincente a la hora de explicar la fascinación que la cultura popular siente hacia el personaje: inspirado en un arquetipo presente en la narrativa universal desde la mitología griega, Joker es el burlón, el provocador y el disruptor, el que desafía el ‘status quo’ y de ese modo hace que el público se cuestione sus propias limitaciones éticas. Él simboliza nuestro deseo de liberarnos de todas las ataduras sociales, las convenciones y las normas. Y también, claro, ejemplifica lo fina que es la línea que nos previene de perder el control. Como se dice en ‘Batman: La broma asesina’, novela gráfica publicada en 1988 por Alan Moore y una de las principales fuentes de inspiración del díptico de Phillips, “Tan solo hace falta un mal día para convertir al hombre más cuerdo en un lunático”.
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