2025-03-09 09:00:00
La esperanza de vida va subiendo desde hace dos siglos, aunque en el mismo tiempo el genoma humano se ha quedado idéntico. Eso es un indicio claro de que la longevidad humana no puede depender de forma crucial de los genes.
Ahora, un estudio ha detallado con una contundencia sin precedentes los factores asociados con una larga vida en salud. El tabaco, el entorno socioeconómico, la actividad física y las circunstancias durante la infancia salen primeros en la lista. Su peso conjunto multiplica casi por diez el de la predisposición genética en la mortalidad prematura.
Al contrario del genoma, esas exposiciones a factores ambientales (el exposoma) se pueden modificar. Invertir en salud pública, prevención y reducción de las desigualdades “es lo que va a dar el mejor retorno”, afirma Austin Argentieri, investigador del Broad Institute (EEUU) y autor principal del trabajo.
Estos son factores que podrían aumentar la probabilidad de tener una larga vida saludable (no solo para los menos privilegiados, sino para todo el mundo: otros estudios han demostrado que incluso los ricos tienen peor salud en las sociedades más desiguales). En segundo lugar, porque “no actuar tiene un coste económico, además del coste en salud”, afirma Martine Vrijheid, experta en exposoma del Institut de Salut Global de Barcelona (ISGlobal), no implicada en el estudio.
En otras palabras, el aumento de la desigualdad y los recortes a la salud pública son acciones que resultan con toda probabilidad en más gasto para todo el mundo y en vidas más cortas y enfermas.
Medio millón de británicos
El trabajo, publicado en ‘Nature Medicine’, se basa en los datos de medio millón de británicos registrados en el UK Biobank, un estudio que recopila una amplia gama de información y tejidos. Los investigadores buscan en estos datos qué factores correlacionan con la mortalidad prematura (antes de los 75 años) y 22 enfermedades asociadas con la edad.
En una décima parte de la muestra, también calculan la “edad biológica” de los voluntarios: este sistema consiste en calcular el nivel de envejecimiento real a partir de biomarcadores presentes en la sangre. Una edad biológica mayor a la cronológica aumenta la probabilidad de muerte prematura.
Los investigadores buscan qué patrones genéticos de los voluntarios se asocian con enfermedades. Luego, aplican la misma metodología a los patrones ambientales registrados en la base de datos, o sea al exposoma.
El conjunto de las exposiciones ambientales está asociado con el 17% de la variación en el riesgo de mortalidad, mientras que los factores genéticos identificados se limitan a un 2%. Los resultados sobre la mortalidad y aquellos del “reloj biológico” son coherentes entre ellos.
El exposoma también pesa más en las enfermedades. Las más comunes, como las cerebrovasculares, las pulmonares o las del riñón, dependen de forma crucial del ambiente. El genoma, al contrario, prevalece en ciertos cánceres (mama, ovario, próstata y colorrectal) y en las demencias.
Tabaco, pobreza y vida sedentaria
El análisis identifica 25 factores ambientales que juegan un papel en la mortalidad prematura. Entre los principales hay el fumo, el entorno socioconómico, la actividad física, el sueño y vivir con una pareja. También juega un papel importante la exposición en la infancia (por ejemplo al tabaco o al sobrepeso).
Argentieri reconoce que el listado no es exhaustivo. Por ejemplo, el UK Biobank no recopila datos sobre exposición a contaminantes químicos. El estudio también encontró resultados poco claros (por ejemplo, el papel de la dieta) o incomprensibles (una etnicidad asiática y africana resultó ser un factor de protección).
Gemma Marfany, genetista de la Universitat de Barcelona no implicada en el estudio, observa también que el trabajo se fija sólo en variables genéticas comunes. “Además de ellas, estamos viendo que también cuentan mucho las variables genéticas raras o privadas, que caracterizan, por ejemplo una familia específica”, observa. Por ejemplo, las variables comunes pueden explicar diferencias de altura de medio centímetro, pero ciertas variables raras explican diferencias de más de dos centímetros. Argentieri replica que las comunes siguen siendo las que determinan los rasgos de una población en su conjunto.
Esteban Ballester, biólogo molecular de la Fundació Josep Carreras, observa que no hay balas de plata: no se va a vivir más por dormir más horas, por ejemplo. Es el conjunto de muchas circunstancias distintas lo que acaba sumando.
La mejor inversión
Argentieri subraya que en salud, “no todo está escrito en piedra. Hay mucho que se puede hacer incluso si tienes un riesgo genético”, afirma. A la vez “no todo se reduce a comportamientos individuales. Hay factores sociales que cuentan y que se podrían cambiar con políticas”, añade.
“Hay una parte genética en el envejecimiento, pero la variante ambiental es la que es fácilmente modificable, con una buena prevención”, coincide Marfany. “Muchas veces sabemos qué tenemos que hacer pero no hay la voluntad política para hacerlo. Hay que explicar muy bien los impactos en la salud y económicos de no actuar”, concluye Vrijheid.
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