2024-07-02 01:55:03
Los dos monstruos sagrados de esta Eurocopa estuvieron a punto de irse a casa, así, de golpe, casi sin darse cuenta, como el que no quiere la cosa, sin pegar un palo al agua, fallándolas todas, más que todas, ¡hasta un penalti! y eso que son, insisto, no solo las estrellas de este campeonato, sino dos de los deportistas, ídolos, que más dinero ganan del deporte actual. Vale, el dinero no cuenta. Bueno, sí cuenta, sí, cuando tú no haces tu trabajo bien, ni siquiera en el partido de octavos de final, sí cuenta. Otra cosa es perder, ante un grande, en la final.
Ya sé que saben que estoy hablando de Kylian Mbappé, la megaestrella ¡ya! ¡por fin! del Real Madrid, que, sí, se partió la cara por Francia, pero que, ayer, ante Bélgica, será por la nariz, la mascarilla o porque se está reservando para cuando pise el Santiago Bernabéu, ya insonorizado, lo cierto es que salvo su pellejo, su fama, su imagen y su suculenta y grandiosa cuenta corriente gracias a un gol de chiripa, a un autogol de Verthonghem, pues el disparo de un suplente, su compañero en el PSG, Kolo Muani, iba fuera, muy fuera, demasiado fuera.
CR7 da que pensar
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Y si a Mbappé le salvó un suplente, perdón, un rebote, el cielo premió a un Cristiano Ronaldo ya camino de la jubilación, melancólico, acabado, torpe, impreciso, llorón, con una oportunidad más, en cuartos, ante Francia, el viernes, después del tremendo Alemania-España. El partido que hizo CR7 anoche, fallando un penalti (él dice que el primero que falla este año, no sé, no tengo ni idea, habrá que creerle), fue para llorar. Y, sí, lloró como un bebe.
Ya conocen su teatralidad, solo comparable a la de Vinicius Júnior. Ese Real Madrid parece, en efecto, el teatro de los sueños. O de los lloros. Y, sí, el llanto de Ronaldo fue casi una inundación, después, todo hay que decirlo, de que Oblak volase sin motor hacia su escuadra izquierda, para detener el penalti. CR7 se derrumbó en el césped, todo el equipo, toda la plantilla, todos los auxiliares, fueron a consolarle. Todo fue muy patético, la verdad. Parecía la caída del imperio romano, pero solo era fútbol y Ronaldo volvió a tener su oportunidad, atreviéndose a inaugurar (eso sí, confianza ciega en sí mismo tiene, a toneladas) la tanda de penalties. Marcó y, a partir de ahí, tal y como él reconoció al final, “me vine otra vez arriba, fue de 8 a 80”.
Que pase el siguiente
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Y el cuadro de la Eurocopa, que no la vida, nos ha premiado, en cuartos, con un apasionante duelo entre Mbappé y Cristiano Ronaldo. Uno que llega al Real Madrid y otro que se fue y no se notó. Hay quien imagina, quien intuye, que la carrera del francés puede ser muy similar a la del portugués en la Casa Blanca. No es difícil imaginarla. Los dos son dos animales de área, goleadores puros que, la verdad, de momento no están haciendo nada, nada, nada en la Eurocopa (como otras grandísimas estrellas, pues han llegado todas agotadas, sin pilas), pero siguen siendo dignos de admiración y observación.
Los ves jugar a todos, perdón, a todas y cada vez te das más cuenta de que España, no solo es la mejor, sino la única que sabe a lo que juega, cómo se juega, cómo domina y cómo alcanzar la final y ganarla. Cuentan (y me lo creo ¡vaya que sí!) que cuando nos marcamos el 0-1 ante Georgia, con aquel autogol, hubo griterío (y mucha felicidad) en la concentración de Alemania. Bueno, pues se les acabaron las risas, que se vayan prepatando, son los siguientes que visitarán al dentista.
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Ves jugar a Mbappé y a Cristiano Ronaldo y, después, cambias de canal y ves en acción a Nico Williams y Lamine Yamal y te da la risa. Unos lloran y los otros, los niños, juegan. Y, mientras, aprueban la ESO. Como debe ser.
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