2024-08-03 14:58:06
El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, recibió el Premio Nobel de la Paz a finales de 2019 y once meses después desencadenó una guerra civil en el país del Cuerno de África que duró dos años y que acabó con la vida de más de 600.000 personas. La región norteña semiautónoma del Tigré fue el principal campo de batalla. Ha pasado algo más de año y medio desde que se firmó la paz y la situación en esta zona sigue siendo “traumática y desesperada”, denuncia Manos Unidas, la oenegé humanitaria española que trabaja en Etiopía. “Más de 4,5 millones las personas necesitan ayuda para sobrevivir”, advierte.
La guerra ha destruido el tejido social y económico de la región. Hay dos millones de desplazados y miles de personas huyen del país. No solo de Tigré, también de otras regiones donde la violencia hoy está presente, como Ahmara y Orimion. Muchas partes de Etiopia –formada por once estados regionales- sufren, además, la peor sequía de los últimos veinte años, lo que amenaza con desencadenar una gran hambruna. Más de 15,5 millones de etíopes se encuentran en situación de inseguridad alimentaria, según la ONU.
La ruta de escape más utilizada por los migrantes y refugiados etíopes es la que atraviesa el desierto de Yibuti, salva en barcazas las aguas del estrecho de Bad al Mandeb (Puerta de las Lágrimas en árabe), y llega a las costas de Yemen, país inmerso en un largo conflicto armado. Después hay que viajar hacia el norte, hasta la frontera con Arabia Saudí. Un viaje que representa un gran negocio para las mafias del tráfico de personas.
Según la Organización Internacional de Migraciones (OIM) más de 100.000 etíopes llegaron el año pasado al Yemen por esta ruta “muy peligrosa”. Los que logran alcanzar Arabia Saudí se arriesgan además a morir en la frontera. Un informe de Human Rights Watch del año pasado demuestra como la policía saudí dispara y lanza explosivos contra los migrantes y refugiados causando la muerte a centenares de ellos.
Como sucede en las rutas que buscan el Mediterráneo central para llegar a Europa, son miles los que mueren en el camino. El último naufragio del que se tiene noticia frente a las costas de Yemen ocurrió el pasado mes de junio. El saldo fue de 49 muertos -entre ellos 31 mujeres y seis niños- y 140 desaparecidos.
El nuevo talismán de África
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La huida de etíopes del país no es un fenómeno nuevo, hace décadas que sucede, pero la política belicista y centralista de Abiy, unida a la sequía ha impulsado el éxodo. Etiopía es el segundo país más poblado del continente africano, con 110 millones de habitantes, repartidos en 80 etnias, con una historia política convulsa de constantes tensiones étnico-territoriales. Abiy se hizo con el gobierno en el 2018, tras casi treinta años de poder del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF), un gobierno de coalición multiétnico dominado por la élite tigré que cayó en desgracia acusado de corrupción, abuso de poder y de violar los derechos humanos.
El líder etíope, que fue designado primer ministro interino por el Parlamento hasta la celebración de elecciones, formó un gobierno paritario, liberó a decenas de miles de presos políticos, permitió el regreso de los exiliados y firmó la paz con Eritrea, tras treinta años de conflicto. Con 42 años de edad, Abiy ganó el Nobel y se convirtió en el líder africano de moda. Ese año, la revista estadounidense ‘Time’ lo incluyó entre 100 personajes más influyentes de mundo y el diario británico “Financial Times” escribió que era “el nuevo talismán de África”.
La chispa que encendió la guerra
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Tras apear del poder a los que antes mandaban, Abiy, de la étnia Orimon, mayoritaria en el país pero hasta entonces excluida del poder, formó una nueva coalición, de la que los representantes tigrinos del partido Frente de Liberación del Pueblo Tigré (FLPT) se negaron a formar parte, y aplazó las elecciones previstas para el 2020 por la pandemia. El FLPT desafió al primer ministro y celebró los comicios en su región. Poco después, Adís Abeba les responsabilizó del ataque a una base militar del ejército federal. Fue la chispa que encendió la guerra.
La gran ofensiva de las fuerzas gubernamentales contó con el apoyo del ejército de la vecina Eritrea. La región norteña quedó completamente aislada del mundo. Sufrió un bloqueo total en servicios básicos como las telecomunicaciones, los bancos y la electricidad, se saquearon y destruyeron escuelas, hospitales y centros de salud y se impidió la llegada de ayuda humanitaria. Las organizaciones de derechos humanos acusaron a todas las partes que libraron la guerra de crímenes contra la humanidad. “En la actualidad tan solo el 40% de los alumnos han podido regresar a la escuela”, ha constatado sobre el terreno este año Manos Unidas. El desempleo roza el 80%. Hay zonas todavía ocupadas por tropas de Eritrea, país en manos del déspota, Isaias Afewerki.
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“La guerra es el epítome del infierno para todos los que se ven envueltos en ella”, dijo Abiy al recibir el Nobel en Oslo. “Lo sé porque estuve allí y volví”, añadió recordando su etapa de soldado en la guerra que libró Etiopía y Eritrea entre 1998 y el 2000. El conflicto armado del Tigré ha sido el más mortífero de lo que llevamos de siglo.
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