2024-12-26 06:00:00
David Torres (Madrid, 1966) es uno de nuestros novelistas más destacados. En “El mar en ruinas” (2005) revisó la figura de Odiseo, el héroe homérico, cosechando excelentes críticas, entre las que destacaban las de Fernando Savater y Luis Alberto de Cuenca. Luego vendrían “Punto de fusión”, con el que ganó el Premio Logroño de Novela en 2010, y “Dos hermanos”, Premio Ateneo de Valladolid en el 2019. Además, ha sido guionista del programa de TVE-2 “Al filo de lo imposible”, columnista de varios medios y colaborador habitual de las revistas “Ariadna”, “Anónima” y “La Bolsa de Pipas”.
En el 2003, quedó finalista del Premio Nadal con “El gran silencio”. En esta novela creó a Roberto Esteban, un personaje al más puro estilo hard boiled. Se trataba de un púgil retirado, campeón de Europa de los pesos medios en su juventud, y matón a sueldo en la actualidad. Carecía de amigos sólidos, pese a que aún mantenía relación con el boxeo y su antiguo entrenador, Venancio. Solo se le conocía una obsesión: escuchar una y otra vez la “Fantasía en Do Mayor” (1836) de Robert Schumann. En esa primera entrega, Esteban se ve arrastrado a una peligrosa aventura desde los suburbios de Madrid hasta las playas de Mallorca, donde ha de proteger a Laura, una famosa bailaora de flamenco.
La segunda entrega de ese mismo protagonista se desarrolló en “Niños de tiza” (2008), con la que Torres ganó el XXX Premio Tigre Juan y el Premio Dashiell Hammett en la Semana Negra de Gijón del 2009. En esta novela, los años del tardofranquismo, la posterior Transición y la vida en los barrios periféricos eran los protagonistas. El autor no se limitaba a narrarnos la vida de los chicos en los barrios, en un alarde de nostalgia, en realidad nos dibujaba todos los personajes que pululaban en aquella época, desde los curas rojos a los pandilleros. No faltarán en sus páginas la adicción a la heroína y sus consecuencias en los barrios marginales, la especulación inmobiliaria y los sueños de unos niños en pantalón corto que crecieron al ritmo que lo hacía la democracia. Todo eso narrado con una prosa poderosa, que no le impedía retratar la época de forma conmovedora.
“Nieve negra” es la tercera de la saga de Roberto Esteban, ese veterano fajador reconvertido en matón de discoteca, que lleva veinte años fuera del cuadrilátero, donde aprendió que hay que seguir luchando sin tregua hasta el nocaut final, porque, aunque uno esté casi grogui, un fugaz contragolpe le puede valer la victoria. En esta ocasión, el asesinato de una adolescente, Mirian Verdú –nieta de la Viuda, madame de la mafia patria–, cuyo cuerpo aparece en un descampado entre Alcobendas y Moratalaz, será el detonante que le hará regresar al ring de los bajos fondos madrileños, donde las mafias instaladas en su territorio comparten las ganancias del tráfico de drogas, la prostitución y los narcopisos, pero diversifican y reparten actividades para no pisarse el terreno: “Los hondureños se dedican a los coches robados y a la trata de mujeres, los chinos al juego y al alquiler de pisos okupados, los nigerianos a la venta callejera y a la importación de inmigrantes” (p. 59).
En esta ocasión, nuestro protagonista, un héroe solitario y fracasado, se enfrenta a ese asesinato, origen de una guerra de bandas criminales. Unas, originarias de los Balcanes, que aprendieron todo en guerras eternas. Otras, llegadas desde Honduras, que han “crecido en defensa propia, entre violaciones, palizas, torturas y asesinatos”, acosados “por la miseria y el hambre en las calles de San Pedro de Sula, una de las urbes más peligrosas del planeta” (p. 58). Ahí se encuentra el origen de su huida desesperada de Madrid acompañado de Gabriela, una flacucha que masca chicle y ejerce de lugarteniente del gánster hondureño Jimmy Perro.
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Estamos ante una novela sólida, con diálogos lacerantes, metáforas bien construidas y repleta de personajes creíbles pero pintorescos, desde el Loco Iván, jefe de la mafia de los Balcanes, hasta la pareja de policías Don Bigote y Doña Hueso. Todos revueltos en una gran nevada, que incrementa su angustia existencial, como si los últimos compases hubiesen sido escritos por Soren Kierkegaard.
neige noire
David Torres
Royaume de Cordélia, 230 pages, 22,95 euros
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