2024-08-01 11:21:55
Tato llegó exhausto a la carpa embarrada de un Campo de Marte sin glamour alguno, por mucho que desde allí se puedan hacer buenas fotos de la Torre Eiffel. Tato es Tristani Mosakhlishvili, el judoca georgiano, aunque nacionalizado español por carta de naturaleza, que se quedó a un palmo de la medalla. Tato tenía el ‘judogi’ abierto, por lo que era fácil ver cómo el sudor continuaba bajando desde su cara magullada hacia el pecho. Atendió a las radios como pudo. Pero cuando alcanzó la zona donde le esperaba la prensa escrita, se revolvió. No quería hablar más. “Dos preguntas solo”, le imploraba la responsable de prensa. Aceptó a regañadientes, meneando la cabeza. Era comprensible la necesidad del silencio. Se le había escapado, primero, la lucha por el oro. Después, el bronce. Estaba roto por dentro, pero también por fuera. ¿Por qué debía ocultarlo?
La escena arrima al pesar de quien se ve cerca del sueño de una vida y, en el último escalón, se despierta. Con el cuerpo magullado y el alma hecha añicos. Cada uno asume la derrota como buenamente puede. Hay quien la acepta sin más, como hizo la joven judoca de Lleida Ai Tsunoda, también apartada del bronce en el último combate, y a quien su educación su educación japonesa ayuda a canalizar el tormento. Ella, como Tato, también había perdido, pero, pese a su tristeza, hizo entender a todo aquel que quiso escucharle que la vida no va de ganar una medalla, sino de seguir peleando.
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Por eso hubo quien se sorprendió al ver cómo Fátima Gálvez, otra de las grandes aspirantes a metal junto a Mar Molné que no pudo ganar una medalla individual en tiro que todo el mundo -menos ella- daba por descontada, acabó su periplo olímpico sonriendo. Que estuviera “orgullosa y contenta”, no gustó. Que se sintiera feliz por haber puesto fin a meses que ella misma calificó de “sufrimiento”, no se entendió. Que argumentara que el tiempo había cambiado, que las nubes y la luz desconcertaban, y que, en el tiro, no hay puntería sin visión, fue una estupidez para tantos otros. Pero ella insistió: “¿Ser quinta? Está genial, qué quieres que te diga”.
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Se han empleado calificativos dramáticos para describir lo ocurrido el miércoles, donde tocó prestar atención al peso de la derrota en los deportistas, a quienes se las ha torturado con la cantinela de que España debe ganar, al menos, las 22 medallas de Barcelona 92 . Este jueves, todo cambia. El deporte vive de los extremos. Pero también de las expectativas, tan nocivas.
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