2025-02-10 13:28:00
El alicantino Alfonso Verdú (Ibi, 1975) dirige el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Egipto, estando a cargo de la diplomacia humanitaria para Gaza. Una labor que realiza tras haber lidiado durante más de 20 años con guerras por todo el planeta y otras crisis humanitarias, como el ébola. Entre otras funciones, está a cargo de parte del operativo confidencial de intercambio de prisioneros entre Hamás e Israel. Y reconoce que la tregua es muy frágil.
¿Cómo ha acabado un ibense, licenciado en Derecho por el CEU de Elche, como mediador en algunas de las principales guerras del mundo?
En uno de esos momentos en la vida en los que haces el ‘clic’, decidí reorientar mi trayectoria en la docencia universitaria y cursar el máster de Acción Internacional Humanitaria por la Universidad de Deusto. Enseguida me di cuenta de que esta era mi pasión, que era lo que quería hacer, que era la forma de tener el impacto que quería tener con lo que hacía. Mi primera “confirmación” fue al hacer las prácticas en la sede de Médicos sin Fronteras (MSF) en Barcelona. Después, tras mi primera experiencia de trabajo en Guatemala, ya decidí que esto sería no ya mi profesión, sino mi estilo de vida.
Desde 2012 forma parte del CICR, siendo actualmente el jefe de su delegación en Egipto, donde es responsable de apoyar la acción humanitaria de Cruz Roja en Gaza, Sudán y Libia. Y antes formó parte durante una década de Médicos sin Fronteras ¿En qué conflictos ha estado presente?
A partir de Guatemala casi siempre he estado trabajando en conflictos armados, que es la razón de ser tanto de Médicos Sin Fronteras como del Comité Internacional de la Cruz Roja. Siguieron Palestina, Sudán, República Centroafricana, Somalia, Yemen, Siria o Iraq… También hice una experiencia de gestión del ébola en una zona afectada por el conflicto en República Democrática del Congo. Esto suele ser habitual: en una situación dada de conflicto armado, trabajar en paralelo en otras emergencias, algunas tan complicadas como pueden ser los brotes de ébola. Luego, ya con el CICR, donde empecé en 2012, estuve en Colombia, Kenia, y como adjunto del jefe de delegación, en Somalia y Myanmar (la antigua Birmania), que fue mi primera experiencia en el sudeste asiático. Posteriormente fue seleccionado para trabajar en la sede del CICR en Ginebra, donde estuve durante dos años a cargo del Norte de Africa y del Magreb, y desde cuya posición hice varias visitas de seguimiento a Libia. Esta experiencia me validó como jefe de delegación, que es el mayor rol del CICR en el terreno, como representante diplomático y operacional de la organización; en esta función, me destinaron primero a Sudán, en 2023, y ahora, a Egipto, desde donde apoyamos la respuesta que nuestra organización da en Sudán y Libia pero, sobre todo, las operaciones que tenemos en Gaza. En total es una carrera de 23 años de gestión de operaciones a la que he añadido el aspecto fundamental de la representación diplomática desde una organización internacional.
¿A qué se debe esta inquietud por ayudar a gente que lo ha perdido todo?
El planteamiento fundamental que me hice a los 24 años fue: ¿Qué más puedo hacer con la carrera de Derecho que he cursado? El Derecho es una herramienta muy poderosa y permite muchas salidas. Durante la carrera pensé, como casi todos, en la abogacía; cuando me licencié, la investigación y la docencia universitaria me llamaron enormemente, y es una actividad que me gustaría retomar algún un día. Incluso llegué a realizar los cursos de doctorado. Pero me di cuenta de que buscaba impactar a la gente de otra forma. Ahí fue donde tuve el sueño de canalizar mi mayor área de interés, el Derecho Internacional, a algo más práctico, más directo. Tras especializarme en Derecho Internacional Humanitario y Relaciones Internacionales, en seguida me di cuenta de que organizaciones como Médicos Sin Fronteras necesitaban perfiles como el mío. Al ser una organización que combina la asistencia directa -en su caso, sobre todo, la acción médica- con el testimonio, la denuncia pública y la presión política por las causas humanitarias que defienden, necesitan de perfiles como el que yo empezaba a adquirir: analistas jurídicos o geopolíticos, gestores de proyectos, líderes de equipo, negociadores, etc. De hecho, en mi primer trabajo con MSF en Guatemala, mi labor consistía en analizar, monitorear y participar en las negociaciones que en aquel momento se producían entre Estados Unidos y América Latina de los acuerdos de libre comercio que afectaban a la protección de la propiedad intelectual de los medicamentos genéricos. MSF hizo un enorme trabajo defendiendo el acceso a medicamentos genéricos. Yo trabajaba para su Campaña de Acceso a Medicamentos Esenciales, que fue creada con el dinero obtenido con el Premio Nobel de la Paz en 1999. Esa campaña, que sigue en vigor hoy en día, es una aplicación muy directa del derecho internacional. Luego, en el Comité Internacional de la Cruz Roja, el Derecho Internacional Humanitario (DIH) es la clave: el CICR es considerado por la comunidad internacional como su guardián; es la organización que codificó las Convenciones de Ginebra y los Protocolos Adicionales. Es una organización que transforma el derecho que está “en el papel” en una acción directa para los más vulnerables, las víctimas de conflictos armados. Y, sobre todo, es una organización con el estatuto diplomático necesario para ser escuchada e influir sobre los estados, con el objetivo de que el DIH se respete y de que las consideraciones humanitarias sean priorizadas en la medida de lo posible, incluso en los peores momentos. Eso puede tener una enorme capacidad transformativa. Tiene un impacto muy claro a nivel estratégico y de políticas que, además, lo combina con una asistencia directa a las personas, como agua, higiene, saneamiento, alimentación, cirugía, rehabilitación de estructuras, refugio…, en un momento tan complicado como es el de la guerra, y las consecuencias que estas generan.
¿Uno se puede acostumbrar a vivir bajo el peligro?
En realidad, en estos contextos uno nunca debe acostumbrarse ni al peligro ni a la inseguridad. Y esto es uno de los primeros reflejos que aprendes como trabajador humanitario: jamás normalizar el hecho de estar en medio de un conflicto. ¿Cómo se consigue esto? Porque hay una gran experiencia acumulada, con decenas de años trabajando en multitud de guerras, que se traduce en una inversión enorme a nivel de la gestión de la seguridad. Por daros algunos ejemplos. En Mogadiscio, la capital de Somalia, tanto las oficinas como las casas donde vivimos están dentro del mismo recinto. Todo el perímetro está protegido por guardas y tenemos búnkeres preparados por nuestros ingenieros y arquitectos para resistir bombardeos, equipados con comunicaciones vía satélite, con stocks de comida y de agua para aguantar durante una semana en una situación extrema. Esto es solo el ejemplo más “cinematográfico”. También tenemos multitud de formaciones en cursos especializados y apoyo para la gestión de crisis especiales, como secuestros o heridos. Sin embargo, lo más importante para nuestra seguridad, lo que hace que podamos gestionar y vivir y estar en primera línea en este tipo de conflictos, es otra herramienta, mucho más importante: la neutralidad. Los actores humanitarios tratamos de ser apolíticos, de no formar parte de ninguna agenda de ninguna de las partes del conflicto. De esta forma, basamos nuestra seguridad en la aceptación por parte de todos los actores que estén en guerra, y lo hacemos a través de nuestro diálogo, neutral, imparcial e independiente, con todos ellos, sin distinción, sin etiquetas. De hecho, organizaciones como MSF o el CICR, al contrario que otras, no llevamos escoltas armados. Es un sistema que, a pesar de los desafíos, sigue funcionando bien. Tenemos relativamente pocos incidentes de seguridad. Sin embargo, lo que más nos sigue preocupando es la seguridad de nuestros trabajadores locales, porque ellos son los que más expuestos están a situaciones que ocurren fuera de nuestro control, por ejemplo, cuando están con sus familias en sus casas.
Como cooperante, ¿de alguna situación ha pensado alguna vez usted que no salía vivo? ¿Cuál es la situación más dramática a nivel humanitario que ha vivido?
Como trabajador humanitario en varias ocasiones he tenido la sensación de estar en riesgo, pero tengo que decir que han sido pocas gracias a las acciones que comentaba antes. Trabajar en medio de una guerra significa interactuar con todo tipo de actores armados, algunos, en ocasiones, fuera de control o sometidos a una enorme presión. Y ya no solo hablo de niños soldados, o de señores de la guerra, o de grupos rebeldes desorganizados… Hablo también de ejércitos regulares que tienen soldados muy jóvenes expuestos a mucho estrés, y que pierden el control. Además, hay otros riesgos: las enfermedades tropicales, las minas y restos explosivos de guerra, la falta de comunicaciones u hospitales, o la propia ausencia de estructuras como puentes, calzadas… hace que todo requiera una preparación previa superprofesional. Antes hablaba de la importancia de que los actores armados nos conozcan pero, en ocasiones, eso también falla: acuerdas el acceso a un lugar determinado con un coronel en la capital del país, pero su orden no llega a tiempo, o se malinterpreta, por los soldados que están a cientos de kilómetros de allí… generando una situación complicada para nuestros equipos. En fin. Se dan muchas situaciones en las que los riesgos son altos. Paradójicamente, la situación más compleja que he vivido yo no ha sido en relación a una guerra. Ha sido dentro de un entorno de guerra, en República Democrática del Congo, cuando gestioné la respuesta a un brote de ébola. El ébola, en aquel entonces, era un enemigo desconocido, invisible, y organizaciones como Médicos Sin Fronteras, con la que estaba en ese momento, trataban de dar una respuesta directa, sobre el terreno, para la gente que sufría, acompañando a los afectados, tratándolos en una de las ciudades más abandonadas de un conflicto olvidado en un país que solo importa por sus riquezas…. Fue una de las situaciones más desafiantes que he tenido a nivel de la gestión de proyectos y de la seguridad.
¿Mentalmente es muy duro sobrellevar tanto sufrimiento?
Mentalmente es muy duro sobrellevar el sufrimiento ajeno, o el estrés que generan los entornos inseguros, o la presión de implementar tus programas, que es para lo que estás ahí. Pero también es muy duro ser un cabeza de familia y sacar una familia adelante, o ser un empresario, o ser un trabajador de la sanidad pública… Todos tenemos nuestros desafíos, y este es uno de ellos dentro de mi área de trabajo. La fortaleza mental sí, es muy importante, sobre todo para quienes estamos a cargo de equipos de personas y de programas que afectan a la población. Al mismo tiempo, como ocurre con la gestión de la seguridad, también tenemos protocolos para la salud mental: siempre hay líneas abiertas telefónicas permanentes con asistencia psicológica las 24 horas; en nuestros equipos, en cada país, tenemos no solo a los médicos y sanitarios, pero también a psicólogos expertos en este tipo de situaciones. Su presencia es, casi siempre, primero para las poblaciones para las que trabajamos, por ejemplo, psicólogas expertas en apoyar a víctimas de violencia sexual, pero también se ocupan de nosotros, los trabajadores internacionales, si es necesario.
¿Pero también hay buenos momentos, aunque serán pocos?
También, por supuesto, y además compensan todo lo demás. Hay una multitud de ellas. Es triste decirlo pero, de lo que yo he vivido, hay pocas cosas que tengan tanto impacto como los centros nutricionales. Llegar a un lugar en el que, debido a la guerra y otras razones haya miles de niños menores de cinco años muriendo por desnutrición… es simplemente terrible. Y ver el impacto que puede tener un centro nutricional en un momento dado, es algo impagable, y que espero no vuelva a repetirse. Pero hay otros muchos ejemplos: con el CICR, por ejemplo, tenemos acceso a prisiones en los lugares más difíciles del mundo, como Somalia, Myanmar, o Iraq; y ser esa persona que se asegura, como delegado del CICR, que el prisionero o el detenido no sea víctima de maltrato o de abuso en la prisión, o de minimizar los mismos, que tenga sus derechos básicos garantizados, como llamar a su familia, o tener asistencia médica si es requerida, etcétera, es muy reconfortante. Otro ejemplo del trabajo que hacemos en el CICR es lo que llamamos el restablecimiento de vínculos familiares, es decir, poner en contacto de nuevo a familiares y seres queridos que lo han perdido por la guerra. He visto casos de reunión de seres queridos tanto unos días como varias décadas después de que lo perdieran. Ese momento es una experiencia única, impagable. El último ejemplo lo hemos tenido aquí mismo, en El Cairo, que tiene 21 millones de habitantes. Hemos tenido casos de madres e hijos que huyeron de Sudán, y también hay casos de Etiopía, Somalia, Eritrea, Sudán del Sur…, y que estaban viviendo en la misma ciudad sin saberlo. A través de cruzar los datos y las informaciones, fuimos capaces de reunirlos en nuestra propia oficina. Un último ejemplo, más reciente, es la capacidad del CICR de implementar acuerdos políticos y liberar a rehenes o detenidos que están bajo el control de las diferentes partes del conflicto… Hay muchísimas formas de llevar esto adelante y de sentirse realizado y satisfecho con lo que se hace, porque el impacto sucede cada día, con cada acción que hacemos en entornos tan frágiles y de una vulnerabilidad tan elevada.
¿Qué papel juega el Comité Internacional de la Cruz Roja en los conflictos armados? ¿Es complicado mantener una postura neutral, que suponemos imprescindible para poder llevar a cabo el papel de mediación, en situaciones tan extremas?
El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) es el fundador del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. Tiene su origen en Suiza, en 1864, y nació con el objetivo fundacional de dar respuesta a las consecuencias humanitarias de las guerras. Actualmente es una organización con casi 2.300 millones de euros anuales de presupuesto, 2.000 trabajadores internaciones y casi 20.000 trabajadores locales que ha ganado cuatro Premios Nobel de la Paz a lo largo de su historia (ninguna otra entidad tiene este reconocimiento). El CICR tiene dos grandes ejes de trabajo, el operacional y el diplomático. En el eje operacional, el CICR tiene el mandato de asistir y proteger a las víctimas de los conflictos armados, es decir, a los civiles o a aquellos combatientes que hayan dejado de participar en la guerra. Dentro del área de la protección, que ese es nuestro valor añadido, el CICR tiene tres funciones principales: la primera, visitar a los detenidos y prisioneros de guerra. El CICR visita casi 300.000 personas en detención al año. En segundo lugar, el restablecimiento de vínculos familiares. Y, en tercer lugar, lo que llamamos “protección de la población civil”, que consiste en documentar, porque estamos en el terreno en primera línea, las potenciales violaciones del derecho internacional humanitario para luego dialogar con los que están tomando las decisiones, y tratar de influirles para minimizar las consecuencias humanitarias de sus acciones armadas. Junto a la protección, está la “asistencia” a las víctimas del conflicto, que es lo que el público general conoce más: cuando una guerra estalla, nos encargamos de dar una “respuesta multidisciplinar” a las poblaciones. Esto quiere decir que somos capaces de encargarnos de la mayoría de servicios de emergencia necesarios en esos terribles momentos: provisión de alojamiento y refugio; de agua y saneamiento; de asistencia médica, incluyendo cirugía de guerra; de alimentación y programas de impacto socioeconómico inmediato; de rehabilitar estructuras afectadas por la guerra (plantas de agua y saneamiento, centrales eléctricas, torres de cableado de Internet…), de acompañar equipos de desminado… Esto es único en comparación a otras organizaciones, que se especializan en una o pocas de estas áreas. Es el trabajo más ‘clásico’ al que se suele dar más visibilidad, al contrario de la protección, que es un rol del que hablamos menos, por razones de confidencialidad. Finalmente, el otro gran eje de trabajo del CICR, junto al operacional, es el de la influencia y la diplomacia humanitaria, aprovechando el estatuto especial que tenemos en el Derecho Internacional y nuestra naturaleza cuasi-diplomática.
Ahora está con la crisis en Gaza, ¿qué puede explicar de su labor en este conflicto?
Mi trabajo aquí en Egipto es ser el jefe de delegación del CICR, eso significa estar a cargo de la organización en el país, tener la representación diplomática, liderar las operaciones, ser el responsable final de la seguridad, y ser el encargado de negociar con las autoridades egipcias y regionales. En Egipto tenemos una presencia relativamente pequeña, con un equipo de doce trabajadores internacionales y de 90 colegas egipcios. En mi anterior misión en Sudán éramos 65 internacionales y casi 400 locales, con un presupuesto que superaba los 100 millones de dólares anuales. Desde aquí damos apoyo a las oficinas del CICR que están en Sudán, Libia o Israel-Palestina. Para Gaza, nuestras funciones son las siguientes: la primera es asegurar el aprovisionamiento de recursos, tanto de los materiales (la ayuda humanitaria que pasa a través de los distintos puntos que hay entre en la frontera entre Egipto y Gaza), como del personal necesario. Desde aquí hacemos las rotaciones de nuestros equipos quirúrgicos, médicos, ingenieros, gestores de la seguridad, de coordinadores que han estado presentes en Gaza durante todos estos meses, desde el 7 de octubre de 2023, ininterrumpidamente…. El otro gran rol que tenemos es el diplomático, esto es: seguir y participar en las discusiones y negociaciones al más alto nivel que se producen en El Cairo en relación a Gaza, con el objetivo último de inyectar la agenda humanitaria. Esta faceta diplomática es, ahora, tras tantos años haciendo asistencia y protección, mi función principal, interactuando con las principales embajadas y organizaciones internacionales del mundo, presentes en El Cairo, como Naciones Unidas o la Liga de los Estados Árabes. Funciones similares hacemos para otros conflictos, como los de Sudán o Libia. Además, desde Egipto hacemos muchas otras cosas en el propio país, en colaboración con la Media Luna Egipcia, como asistir y proteger la población palestina que logró cruzar la frontera y permanece en el país. Estamos hablando de unos 130.000 palestinos. Lo mismo hacemos con sudaneses, etíopes, sud-sudaneses, somalíes…
¿Cómo Cruz Roja participa en la implementación operacional de los acuerdos en conflictos como el de Gaza?
El Comité Internacional de la Cruz Roja tiene un papel único en el derecho internacional que no tienen las Cruces Rojas o Media Lunas Rojas de cada uno de los países. Muchas veces, en las diferentes iniciativas de mediación o de paz que intentan impulsar los estados, suelen recurrir a nosotros para implementar sobre el terreno los acuerdos que se tomen a nivel político, o para inyectar la agenda humanitaria dentro de esas discusiones. Los dos aspectos suelen estar casi siempre relacionados y suelen ocurrir al mismo tiempo. Es algo que yo he tenido el privilegio de ver en otros contextos, como en Colombia, Yemen, o Sudán… y que generalmente es un trabajo muy discreto y de baja visibilidad. Por ejemplo, ahora, en Gaza, lo estamos viendo con Estados Unidos, Egipto y Catar, que son los estados que acompañan a Israel y Hamás como mediadores y garantes para intentar poder llegar a una solución. Llega un momento en que alguna de estas negociaciones cristaliza en un acuerdo. Y es ahí cuando, para hacer que ese acuerdo suceda, llaman al CICR, por ejemplo, para organizar el intercambio entre detenidos. Otro ejemplo fue Sudán en el 2023. Una de las acciones más efectivas para “sembrar la paz” que tuve ocasión de liderar fue hacer una extracción física de los representantes de las dos partes que estaban en conflicto: por un lado, el ejército de Sudán y, por otro, un grupo armado denominado las Fuerzas de Apoyo Rápido. El objetivo era recoger a cada una de esas delegaciones en sus respectivas áreas de control en Jartum, capital de Sudán, en medio de los enfrentamientos que, por cierto, siguen activos a día de hoy, y transportarlos seguros a uno de los aeropuertos para que volasen a Arabia Saudí a iniciar las negociaciones de paz. Es decir, la acción del CICR es la de un intermediario neutro, en el que confían enemigos encarnizados, y que puede dar lugar a una cesación de las hostilidades e incluso a un proceso de paz. Estas acciones, que suelen ser muy discretas y de perfil muy bajo, hemos tenido ocasión de verlas en directo, en la televisión, estos días, en el caso de Gaza con la liberación de detenidos. Pero lo hacemos mucho más a mundo de lo que se piensa, en multitud de conflictos armados. Durante mi estancia en Jartum (Sudán), el CICR evacuó a más de 300 niños de un orfanato, junto con 60 personas que cuidaban de ellos, tras estar ‘atrapados’ allí durante más de un mes y tras varias bajas. Otro tipo de acciones incluye la del acompañamiento y protección de los equipos que van a rehabilitar infraestructuras que hayan sido afectadas por la guerra y se consideren claves en un momento dado, por ejemplo, una planta de agua, un hospital o una central eléctrica. Tal y como uno de los generales del Ejército de Sudán me dijo después de aquella operación: “Sabemos que el camino a la paz puede tener miles de pasos, pero estamos seguros de que hoy hemos dado el primero gracias al CICR”.
¿Cuánto tiempo se ha estado fraguando el intercambio de prisioneros en Gaza?
Desde el principio del conflicto, nosotros siempre hacemos una oferta de nuestros servicios y de nuestros buenos oficios a las partes que están enfrentadas, para, por ejemplo, visitar a los detenidos y a los rehenes. Sin poder entrar en muchos detalles, lo que puedo decir es que el acuerdo de cese el fuego que hay ahora ya estaba sobre la mesa, como se sabe, desde mayo de 2024. Este acuerdo ya había sido producto de una negociación muy larga. Las liberaciones e intercambios siempre han sido una pieza fundamental del mismo. De hecho, sin ellas, el cese del fuego no va a continuar adelante. Eso ocurre en muchos lugares: nuestras acciones pueden contribuir a dar una confianza mutua inicial a las partes en conflicto pero, obviamente, si no se respetan las decisiones o los parámetros del mismo, también puede llevar a la ruptura de conversaciones… Eso es una decisión que no depende de nosotros. Volviendo a Gaza, nosotros seguimos totalmente a la disposición de las partes para implementar el acuerdo y, como decía, seguimos en contacto con ellas, tanto con Hamás como con Israel, en Jerusalén, Tel Aviv, Doha o aquí, en El Cairo.
¿Puede ser algo duradero o la gente es consciente de que la guerra no ha acabado?
La gente es consciente de que la guerra no ha acabado. Por el lado palestino, la población ha desarrollado mucha resiliencia, no solo por la guerra actual, sino por los diferentes ciclos de violencia que han sufrido en su historia, incluyendo la más reciente. Yo trabajé en Israel y Palestina en el 2004. Los palestinos saben que es un proceso frágil y que hay que aprovechar los mínimos avances que se dan en el día a día. Es lo mismo por la parte israelí, también son conscientes de cuál es la situación. Creo que hay una conciencia colectiva de la fragilidad actual, de ahí la importancia de hacer bien las operaciones de intercambio de rehenes y detenidos. Son estas primeras acciones las que pueden generar la confianza necesaria entre las partes del conflicto para seguir negociando un poco más, incluso aunque no den lugar de forma inmediata a un proceso de paz o a una solución estructural. A veces, cesar la violencia de los combates es ya un primer logro enorme. Este rol que tenemos como intermediario neutral e independiente es, por tanto, clave, porque inicia el proceso, pero también porque lo sigue hasta el final, siempre con un solo objetivo: inyectar la agenda humanitaria. Y un comentario final. Cuando hay un acuerdo de paz es cuando empieza otra fase de nuestro trabajo. Porque no hay que olvidar que la paz, desde un punto de vista humanitario, genera mucho trabajo también. Solo por dar un ejemplo: como consecuencia de cualquier guerra, y así lo veremos en Gaza, siempre hay cientos, miles, decenas de miles, de desaparecidos. Ahí hay labores infinitas: desde la parte forense de recuperar e identificar los cuerpos, hasta contactar a los familiares que se han desplazado a otros países; hay restos explosivos que desactivar; hay desaparecidos para localizar; hay estructuras por rehabilitar; hay casos de abusos del derecho humanitario que hay que compilar, y víctimas que hay que tratar durante años, como las de la violencia sexual o las de torturas cometidas en detención… En suma, después de la guerra, solo empieza otra fase de nuestro trabajo que, en ocasiones, dura décadas.
Hemos salido de la pandemia con un mundo más peligroso, con las guerras de Ucrania, Gaza, la situación de Siria… ¿A nivel humanitario todo ha empeorado?
Después de la pandemia no diría que es un mundo más peligroso, pero desde luego es un mundo más conflictivo. Hace solo 20 años, en nuestras intervenciones en la Asamblea General de Naciones Unidas, alarmábamos a la comunidad internacional de la presencia de 25 conflictos armados. Hoy, con la misma metodología de calificación de conflictos, estamos hablando de 120 activos. Hay un aumento a pesar de la mejoría de los indicadores macro a nivel de desarrollo humano, de salida de la pobreza, etcétera. Es factual que hay un aumento del uso de la violencia intraestatal e interestatal. Es una tendencia que nos preocupa enormemente.
En 2017 escribió el libro “Vidas en conflicto” sobre sus experiencias. Debe tener material ya para otro. ¿Es descorazonador ver cómo las guerras y el sufrimiento humano no tiene fin?
Desafortunadamente sí, tengo material más que suficiente para otro libro con todo lo que ha ocurrido entre 2017 y 2024. La guerra de Ucrania, la complicación de la guerra en el Congo, lo ocurrido en Siria, el agravamiento de la guerra de Yemen, el deterioro de la guerra de Sudán, en Myanmar… Y todos tienen algo en común: generar más y más consecuencias humanitarias. Doy solo un dato como anécdota. En uno de los capítulos de mi libro de 2017, ya hacía una referencia a datos oficiales de ACNUR; por aquel entonces, se había superado la cifra de 65 millones de refugiados en el mundo, lo cual era la mayor cifra después de la Segunda Guerra Mundial. Bien, hoy los mismos datos de ACNUR hablan de más de 110 millones de desplazados y refugiados. El CICR también tiene estimaciones de que más de 210 millones de personas viven bajo el control de grupos armados no estatales… Es decir, a pesar de que en muchos de los países donde he estado la vida sigue, las empresas crecen, la juventud innova, los artistas prevalecen… los datos estrictamente humanitarios relacionados a los conflictos armados son dramáticos.
¿La actual inestabilidad en Oriente Próximo es la situación más delicada desde los años 70?
Sin duda, estamos en la situación más delicada desde los años setenta. No tiene parangón. Ya no solo lo que ha pasado entre Gaza e Israel, sino los cambios abruptos y a base de muchísima violencia, y las consecuencias de desplazamiento y de sufrimiento humano que estamos viendo en Siria y Líbano sobre todo, pero también indirectamente en Yemen o Iraq. Y no hablo solo de esta oleada de violencia que vivimos desde 2023; me refiero a la guerra de Siria desde 2010, o a la de Yemen desde 2011, solo por nombrar algunas… Además, todo esto se está produciendo en un momento de cuestionamiento del multilateralismo y de la diplomacia como instrumentos para la obtención de soluciones pacíficas. El sistema humanitario también se ve afectado por esa visión.
La mirada de la comunidad internacional está ahora en Gaza y en Ucrania, pero hay otros conflictos abiertos que pasan desapercibidos, están latentes o son de “baja intensidad”. ¿Cuáles son y por qué son preocupantes?
Hay conflictos horrorosos de los que no tenemos noticias, cuantitativamente mucho peores que el de Gaza en cuanto al número absoluto de refugiados, de desplazados. Sudán, por ejemplo, es mucho más voluminoso, casi 9 millones de desplazados internos y 4 de refugiados en otros países, incluyendo Egipto, desde abril de 2023. Y sin embargo apenas aparecen en los medios de comunicación. República Democrática del Congo es otro conflicto olvidado. Están los conflictos del Sahel, también, menospreciados, a las puertas de nuestras casas en España, si lo pensamos bien…. La complicación de la violencia en Colombia después de los acuerdos de paz es un buen ejemplo de lo que comentaba antes sobre los períodos “de paz”… ¡Hay tantas situaciones que no están en el radar, incluso en Europa!. Se habla mucho de Ucrania pero pocos conocen el conflicto de Negorno-Karabaj, entre Armenia y Azerbayán. He tenido el privilegio de estar este año tres semanas en casa para Navidades y lo único que he visto en la tele han sido noticias sobre Gaza. Ni una sola noticia en ninguno de los medios españoles sobre ningún otro conflicto, mientras se sigue dedicando mucho tiempo, incluso dentro de los noticiarios, al deporte, al tiempo… No deja de sorprenderme.
Hay una gran crisis migratoria en Europa y EE UU ha puesto en marcha deportaciones masivas. Trump ha anunciado que quiere que salgan de Gaza todos sus habitantes para crear allí una “ciudad de vacaciones”… ¿Le preocupa que el auge de la extrema derecha y la vuelta de Trump a la Casa Blanca esté poniendo de relieve la ley del más fuerte, lo cual solo lleva a que empeoren los conflictos y las crisis humanitarias?
Estamos en un momento en el que ciertas agendas y opciones políticas han convertido el multilateralismo y la cooperación internacional en un objeto de ataque y derribo político. Como trabajador internacional humanitario no comparto esta visión, pero la respeto absolutamente en cuanto a la opción ideológica. Es decir, no creo que nadie es quién para decirle a estos proyectos políticos y a sus votantes qué pensar y qué decisiones tomar cuando logran el poder. De hecho, nosotros mismos, en el propio sector de la acción humanitaria somos muy críticos a la hora de estudiar, analizar y demostrar nuestro propio impacto, y de asegurar nuestra rendición de cuentas. Una de nuestras prioridades es la de poder asegurar a los que nos apoyan, sea por vía estatal o mediante donaciones privadas, que sus aportaciones llegan a donde tienen que llegar, y que lo hacen de la forma más eficiente y transparente posibles. Lo que me sorprende es quien duda de ello, porque toda la información está al alcance de la mano: muchas organizaciones ponen a disposición, tanto de los ciudadanos como de los gobiernos, toda la información que lo demuestra, está a un “clic” de distancia. Por tanto, cuando veo que algunos proyectos políticos tienen como objetivo, como parte programática, destruir un modelo que demuestra mediante auditorías independientes tener impacto y ser eficiente con las personas que más sufren, a menudo con informaciones simplistas, cuando no manipuladas o directamente falsas, no lo comparto. Obviamente, en un estado democrático, en una sociedad libre, no soy nadie para valorar si eso está bien o está mal. Solo pienso que un mundo en el que no exista la acción humanitaria sería un mundo bastante peor del que tenemos ahora. Y cuyos efectos repercutirán directamente en los propios países que dejan de apoyar dicho modelo. Aun así, las Convenciones de Ginebra de 1949 son el marco internacional más respetado de la historia, firmados y ratificados por todos los Estados del mundo. Esos derechos y obligaciones son ya universales e inderogables… independientemente de las orientaciones políticas e ideológicas de los Estados. Es triste pensar en un mundo que abandona un espíritu de solidaridad y un sistema de respuesta para los más vulnerables precisamente en uno de los momentos de mayor conflictividad de nuestra historia.
¿Cómo puede ayudar los países desarrollados en vuestra labor?
En lo más básico, simplemente el interés, la concienciación sobre lo que está pasando, la empatía por el sufrimiento de los demás, es un gran valor. Siempre me ha costado comprender por qué en un noticiero en España se da tanta importancia a temas como los temporales en Estados Unidos, o al fútbol, y mira que me gusta el fútbol, y hay tan poco dedicado a la situación internacional. Por cierto, la sociedad española, la gente, es de las más solidarias y concienciadas que he podido observar, que todo hay que decirlo… Luego, mucha gente debe saber que ya está haciendo mucho, a través de sus impuestos: algunas organizaciones internacionales se financian, en parte, con las contribuciones de los Estados, y estas salen de nuestros impuestos. Sabiendo esto, el voto a opciones que sigan apostando por un modelo de solidaridad mínima, de ayudar al otro, creo que es, en sí mismo, en el mundo en el que estamos, una acción decisiva y ya muy importante. Y, finalmente, por supuesto, hay muchas formas complementarias de canalizar la solidaridad: desde las acciones de impacto local, en el barrio o la ciudad, a colaboraciones con entidades serias y profesionales de alcance más nacional o global, como Médicos Sin Fronteras, Cruz Roja Española o Cáritas, por mencionar algunas. A pesar de toda la desinformación, e incluso de los ataques interesados que reciben cada vez más, estas organizaciones tienen los estándares de calidad, rendición de cuentas e impacto que todos tenemos el derecho y la obligación de exigir. Y no son, desde luego, las únicas.
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